La Jornada sábado 11 de octubre de 1997

Iván Restrepo
Una tragedia prevista

Ahora que las aguas y los vientos vuelven a la normalidad en Guerrero y Oaxaca, se revela en toda su dimensión una tragedia suficientemente anunciada. En enero de 1989, personalmente informé al entonces presidente Carlos Salinas, que un grupo de especialistas elaboraríamos un diagnóstico sobre la situación ecológica de Acapulco, ante la sospecha de que su bahía se encontraba seriamente contaminada; que el sistema de agua potable tenía serias fallas, y que había otros problemas directamente vinculados con el ambiente y la salud pública. Salinas se mostró muy interesado en el asunto y me pidió que le enviara los resultados de los estudios tan pronto estuvieran listos, a fin de tomar las medidas pertinentes. Cinco meses después, le hice llegar un resumen ejecutivo donde exponíamos los hallazgos principales de nuestro trabajo. Este se efectuó con un mínimo apoyo logístico oficial, y fue costeado por la Universidad Nacional Autónoma de México y el desaparecido Centro de Ecodesarrollo.

No tengo duda alguna que, de haber atendido las sugerencias que formulamos entonces varios especialistas, quizá la suerte de miles de personas hubiera sido diferente, y hoy no nos estaríamos lamentando muertos, heridos y pérdidas materiales. En efecto, en dicho resumen informamos a la máxima autoridad del país que las dependencias encargadas de proporcionar agua potable y garantizar el buen estado del drenaje de Acapulco realizaban obras de importancia vital para quienes habitan dicha ciudad, y para los miles de turistas que la visitan. Por ejemplo, los programas de limpieza y desazolve de los sistemas de alcantarillado pluvial y de aguas residuales, así como la construcción de atarjeas mariginales y colectores, contribuirían a controlar y reducir la contaminación de la bahía.

En este sentido, la planta de tratamiento, que por aquel entonces estaba por terminarse, permitiría descargar al mar aguas residuales tratadas, reduciendo el grado de contaminación existente. Pero ello, siempre y cuando la planta funcionara correctamente.

Agregamos además, un problema no resuelto y que crecía a diario bajo la tolerancia oficial: la ocupación de terrenos no aptos para urbanizar por miles de familias procedentes de otras partes de Guerrero y que llegan al ``paraíso del Pacífico'' en busca de empleo y mejores condiciones de vida. Y en paralelo, otro asunto, el de la basura que al vertirse directamente sobre los cauces fluviales naturales y en lotes vacíos, represa el agua de lluvia, la que se desborda arrasa todo a su paso y, finalmente, lleva a la bahía lodo y cuanto encuentra. La advertencia sobre el peligro que significaba la ocupación creciente y sin control de las partes altas (el llamado anfiteatro) de Acapulco, fue muy precisa y documentada con fotos sobre las ``viviendas'' que con lo que tenían a mano levantaban las familias pobres. No solamente sus condiciones de vida eran míseras, sino que erigidas allí, causaban erosión y la deforestación del cada vez más reducido y necesario cinturón verde. Se ilustraba cómo con las lluvias el lavado de suelos era enorme, arrastrando cantidades considerables de arena y basura hacia las partes bajas, creando en cascada el taponamiento de los sistemas de drenaje y demás obras de desfogue, volviéndolos no solamente inoperantes, sino peligrosos hasta para la infraestructura hotelera de la costera.

No está por demás recordar que, una década antes, durante el mandato de Rubén Figueroa I, fueron trasladados de mala manera los habitantes que por entonces ocupaban las partes altas, llevándolos a Ciudad Renacimiento, cuya deficiente construcción le dio al legendario cacique y a sus allegados jugosas utilidades por cuenta del erario. Se dijo esa vez que jamás se permitirían de nuevo asentamientos en el Anfiteatro, por seguridad y estética.

En fin, los investigadores referimos carencia de infrastructura técnica y analítica de las instituciones oficiales directamente responsables de resolver los problemas ambientales y prevenir posibles desastres ecológicos y naturales. La necesidad de enfocar el asunto como un todo, y no solamente hacia la contaminación, que preocupaba por su efecto negativo sobre el turismo internacional. Además, agregamos una lista de instituciones de investigación nacionales que podían encargarse de algunos de los estudios requeridos y plantear soluciones viables. El presidente Salinas me acusó recibo del informe y de haberlo enviado a las dependencias directamente responsables de atender los asuntos en él descritos. Entre ellas, a la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología, a la de Salud, y al gobernador de Guerrero, Francisco Ruiz Massieu.

Laúnica respuesta que hubo al breve informe fue del mandatario estatal en tono de molestia, por publicar en mi columna semanal en La Jornada algunas críticas a la obra pública que empresarios de la construcción realizaban en Acapulco, so pretexto de proteger la ecología y la salud. Y denunciar negocios privados detrás de ellas. Lo demás fue silencio. La ocupación ilegal de áreas críticas no cesó, al igual que la erosión en zonas que debían estar cubiertas por árboles para evitar el deslave por las lluvias. Varias veces, Acapulco tuvo avisos de que, de no tomarse medidas urgentes en las partes altas, latragedia sería inevitable.

El huarcán Paulina se encargó, así, de poner al descubierto la tolerancia oficial a cambio del voto de los pobres; la falta de medidas para evitar el deterioro tanto de la ecología como de la calidad de vida de la población, la ausencia de un sistema de prevención de desastres que aparece solícito a la hora de recoger los cadáveres. Entonces, la causa de las muertes que hoy lamentamos no radica únicamente en las lluvias torrenciales que descargó el huracán. También en un sistema que solamente se puso en marcha para mitigar con despensas las necesidades inmediatas de quienes quedaron sin hogar, para atender a los heridos, regalar ataúdes y dispensar de la necropcia a los ahogados por el lodo, la negligencia y la corrupción. Y apenas ayer, otras tragedias igualmente anunciadas: la del drenaje de Guadalajara, las de San Juanico, la de Anaversa, en Córdoba, la del Chichonal...