Había una vez un pueblo, del país Dignidad en Movimiento, agobiado por un Estado de no-derecho y por un sistema que impartía puras injusticias. Las autoridades, en vez de aplicar las leyes, eran las primeras en violarlas. Los policías ya eran más temidos que los propios delincuentes. Y los jueces, lejos de castigar a los culpables, se dedicaban a expedir certificados de impunidad (a cambio de una lana). Era, pues, la época del Estado Salvaje.
Y éste siguió con sus atropellos, hasta que un buen día el pueblo digno-móvil dijo: ``Basta. Somos humanos. Tenemos el derecho a ser tratados como tales y no más como animales''. Fue así que por primera vez se habló de los derechos humanos. En ésta su primera generación o de derechos civiles y políticos, se colocaron los cimientos de lo que más tarde, con base en luchas ciudadanas de todo tipo, sería el robusto edificio de la democracia. Justo por tratarse de los cimientos, primero se protegieron los derechos más elementales del valor más elemental: la libertad individual. En primerísimo lugar, la libertad para vivir a salvo de las peores tropelías del Estado Salvaje: encarcelamientos nomás porque sí, juicios tramposos, torturas, desapariciones y hasta el asesinato, siempre de los más rebeldes o los menos dejados.
Garantizada la libertad individual, pronto se vio que no era suficiente. De hecho se entendió que sin libertad social, la libertad de unos fácilmente podría convertirse en la esclavitud de los otros. Vino entonces la segunda generación de derechos humanos, los económicos, sociales y culturales. La libertad individual vale hasta donde no cancele estos otros derechos básicos de todo ser humano: alimentación, salud, vivienda, empleo, educación. Quien no tiene cubiertas estas necesidades, simplemente no puede ejercer más libertad que la de morir o vegetar. Y ninguna sociedad libre se construye con cadáveres ni con vegetales.
Enhorabuena, así lo comprendió el pueblo de Dignidad en Movimiento y no tuvo problemas para armonizar las dos primeras generaciones de derechos humanos. Ducho en el impulso simultáneo de la libertad individual y social, fácilmente pudo armonizar también la tercera generación o derechos de solidaridad. Para salvarse a sí mismos, países como el de este cuento deben solidarizarse con los demás y juntos construir la paz mundial, el desarrollo colectivo y en armonía con la naturaleza. De otro modo, en un mundo dominado por Estados salvajes, tarde o temprano sucumbirían todos.
Exitoso en la edifición de una democracia fincada en las tres generaciones de derechos humanos, el país de la Dignidad en Movimiento es el México soñado por todos. Es el México del futuro.. si su actual transición a la democracia no es descarrilada. Pero, a decir verdad, hoy se multiplican los intentos de descarrilamiento, equivalentes a la reacción del Estado Salvaje contra las conquistas del pueblo digno-móvil.
Sabedor de que los derechos humanos constituyen un edificio indivisible, esa reacción la dirige hacia los cimientos. Caídas las libertades individuales --sea con redadas, ejecuciones, hostigamiento a periodistas, toque de queda o con militarización pura--, todo el edificio se desplomaría. Y por si eso fallara, la reacción incluye una campaña contra la causa misma de los derechos humanos, comenzando con el desprestigio de las organizaciones dedicadas a defenderlos. A la falsa imagen de ``defensores-de-delincuentes'', ahora hasta se agrega la acusación de mentirosos y buscapleitos (como recién les ocurrió a los directivos de Amnistía Internacional en su fallida solicitud para entrevistarse con el presidente Zedillo).
De triunfar la reacción contra el avance de los derechos humanos, llegaríamos al colmo de lo absurdo: la principal arma que con muchas penurias logró darse a sí misma la sociedad para terminar con el Estado Salvaje, que es el arma de los derechos humanos, ahora disparada contra la propia sociedad. El combustible de cualquier transición a una democracia firme, ahora utilizado para descarrilarla o, en el mejor de los casos, para convertirla en una democracia hueca, con el puro cascarón electorero y parlamentario.
Si eso ocurre, el título de este cuento será Suicidio por ignorancia. Si, en cambio, la defensa de los derechos humanos logra colocarse en el centro de la agenda para la transición, entonces este cuento podrá llamarse, Por fin, un México con mañana.