Fernando Benítez
El desastre, por negligencia
La furia del huracán Paulina se descargó sin misericordia sobre los más pobres de las costas guerrerenses y oaxaqueñas. Esta y otras tragedias que hemos padecido habían sido anunciadas. Pudieron evitarse, pero nada se hizo.
Ya Iván Restrepo y un grupo de especialistas, durante el sexenio pasado, le hicieron llegar al gobierno federal un informe de los problemas y peligros que sufría la población de Acapulco: la falta de un drenaje adecuado, los asentamientos irregulares en cerros y arroyos, los deslaves producidos por la destrucción del manto verde, la basura arrastrada por los ríos, la contaminación de la bahía.
Desgraciadamente no se atendió a los llamados de alerta. Como dice acertadamente Restrepo, el huracán Paulina se encargó de poner al descubierto la tolerancia oficial en los asentamientos irregulares a cambio del voto de los pobres. Por ello, la causa de la desgracia no sólo radica en la acción devastadora del huracán, sino en el oído sordo del sistema frente a ésta y otras tragedias.
Menos mal que para atenuar los daños de Paulina hubo solidaridad por parte de la sociedad: se enviaron medicinas y víveres a la zona de desastre. Se movilizó al Ejército, al gobernador de Guerrero y gran parte de los secretarios de Estado; el mismo Presidente de la República suspendió su gira en Europa para volver a México y hacerse cargo directamente del problema. En resumen, negligencia y corrupción fueron las causas de este desastre, el más grave que en muchos años ha sufrido el puerto y del que tardará mucho tiempo en recuperarse, sobre todo por la herida social.