Richard Dindo, notable documentalista suizo, autor de Dani, Michi, Renato y Max (1987) y Arthur Rimbaud, una biografía (1991), exhibidas ya en la Cineteca durante dos semanas de cine helvético, acomete en 1994 la realización de Ernesto Che Guevara, el diario de Bolivia, una mirada original a la personalidad y acción del guerrillero argentino-cubano, según se expresa en las páginas de su Diario, escrito durante su estancia en Bolivia entre noviembre de 1966 y octubre de 1967. La idea es original y el estilo de realización muy sobrio. El director ha seleccionado cuidadosamente su material, evitando en todo momento la autocomplacencia y los efectos dramáticos, organizando los testimonios de la gente que lo conoció o de la maestra rural que narra cómo descubrió el cadáver del guerrillero minutos después de haber sido asesinado por miembros del ejército boliviano asesorados por la CIA. Jamás sucumbe este documental a la tentación de enaltecer o mitologizar (todavía más) la figura romántica del Che, y relaborar así el alguna vez llamado cliché Guevara, apropiación mercadotécnica del héroe popular.
Entre las primeras imágenes de la cinta figura el célebre discurso de Argel, pronunciado en febrero de 1965, donde el entonces ministro de Economía de Cuba reprocha a los países del bloque socialista tener hacia los países del Tercer Mundo una política de explotación de recursos no muy distinta a la practicada tradicionalmente por las naciones capitalistas. Dicha crítica tuvo como consecuencia su renuncia al cargo político en marzo del mismo año, su consiguiente involucramiento en operaciones militares de liberación en Africa, y su salida de Cuba rumbo a Bolivia -vía Moscú y Frankfort, con un increíble disfraz de película de espionaje-, donde habría de concentrar sus esfuerzos en la lucha guerrillera internacionalista. La cinta muestra imágenes de discursos de Fidel Castro, con la lectura de una de las cartas que dejara el Che al abandonar Cuba, y con justificaciones, tan delicadas como inconvincentes, de los motivos de su renuncia al cargo ministerial. El documental hace énfasis en el doble lenguaje político de este tipo de renuncias, y si bien esto podría sorprender a un espectador europeo, al público mexicano le parecerá de un elocuencia harto familiar.
Al hablar del Che, la identificación por lo común inmediata que se hace de la figura del rebelde y el hombre de Estado, y por tanto, de la comunidad de objetivos entre el dirigente máximo de la Revolución cubana y el héroe incorruptible (``Y con Fidel te decimos, hasta siempre comandante'', etcétera), conduce a menudo a un tipo de puritanismo ideológico que banaliza las posturas críticas y convierte las aproximaciones biográficas al Che en homenajes instantáneos o en improvisados mausoleos literarios o fílmicos. El documentalista suizo Richard Dindo evita esas trampas. Al no presentar una visión maniquea de la personalidad del Che ni cavar en cada fotograma la fosa del imperialismo, el director coloca al espectador frente a un personaje complejo, de ternura insospechada, pero propenso igualmente a manifestar un perfil autoritario, por exigencias, se dirá, de la disciplina revolucionaria. El documental de Richard Dindo recoge testimonios de militares en activo durante aquel año de 1967, y menciona a Mario Terán, quien pidió tener el privilegio de asesinar a Ernesto Guevara, aduciendo como argumento final para ser elegido que ese día festejaba su cumpleaños; dos campesinos evocan en forma emotiva la figura del comandante, y en otros testimonios se recuerda la ortodoxia de Mario Monge, secretario general del Partido Comunista Boliviano. La crónica no es exhaustiva ni copioso el material de archivo, pero Dindo no pretende otra cosa que adecuar la imagen a lo que refiere el Diario, y su talento reside en manifestar astutamente un punto de vista crítico en su propia selección de los textos.
Inútilmente se buscará en esta cinta la retórica militante, comprometida, de documentales clásicos latinoamericanos, como La hora de los hornos (Fernando Solanas, 1969), y ni siquiera la rabia inteligente de Chris Marker en El fondo del aire es rojo (1977), documental francés que incluye una larga toma del rostro asesinado de Ernesto Guevara. Richard Dindo mantiene un ritmo sereno, como si lo que le interesara en primer término no fuera la tarea de desmitificar al Che sino desentrañar algo de su complejidad, tan ajena a los clichés y a las consignas. En comedias musicales y en ficciones fílmicas, la figura de Ernesto Guevara ha sido por lo general un desacierto -desde Evita hasta la inenarrable producción holly-woodense, ¡Che!, filmada en 1969 por Richard Fleischer, con Omar Shariff en el estelar y Jack Palance... como Fidel Castro.
Hoy, el cine y la televisión insisten en alimentar o actualizar el mito, y la clichemanía parece apenas tomar un nuevo impulso. Algo ha cambiado, y de manera muy fundamental, desde las revisiones de hace 30 años: las generaciones jóvenes han asistido al colapso del bloque socialista, a la crisis ideológica del llamado socialismo real y al envejecimiento acelerado de una retórica. Es difícil concebir un documental inteligente sobre la figura del Che y sus vínculos con la Revolución cubana que no tome en consideración el creciente cuestionamiento del autoritarismo político. En esta cinta, el documentalista suizo Richard Dindo ofrece una lección de sobriedad y de congruencia crítica.
Ernesto Che Guevara, el diario de Bolivia sólo se exhibe en la Cineteca Nacional.