¡Salón de los Reyes! No se puede uno imaginar un nombre más apropiado para nombrar el suntuoso espacio, réplica del salón comedor del Palacio Real de Madrid, que utiliza para recepciones el tradicional Casino Español, ubicado apropiadamente en la calle de Isabel la Católica.
El gran edificio fue construido en 1901, en el predio que ocupara en 1602 el hospital del Espíritu Santo y Nuestra Señora de los Remedios, y después la iglesia. A raíz de las Leyes de Exclaustración, ambos tuvieron el mismo fin de muchos otros que hemos mencionado en crónicas anteriores: la demolición.
La nueva construcción siguió el estilo ecléctico que caracterizó a muchas de las edificaciones de esa época, quizás como reflejo de la confusión de identidad cultural que significó el porfirismo, copiando todo lo europeo; así en la fachada se distinguen elementos de filiación gótica renacentista e inclusive barroca. Su interior es sombrío y la decoración exuberante. En el salón mencionado destacan el monumental vestíbulo y la escalera; en su momento se consideró muy moderno.
Actualmente, el Casino Español es más conocido por su restaurante, adonde se ingresa por un portón aledaño a través de un pasillo de nula gracia, al final del cual unas puertas giratorias dan acceso a la cantina. Esta, poco conocida, tiene el ambiente típico de los lugares ordinarios de ese género, con la ventaja de que, además del dominó, las bien servidas copas se acompañan de una abundante botana. Para la comida ``seria'', en un pequeño elevador se llega al espacioso y sobrio comedor para disfrutar la vasta cocina española.
Ya en el rumbo, a unos pasos se encuentra en la esquina con 16 de Septiembre la igualmente tradicional Casa Boker. En mayo de 1865 llegó a México Roberto Boker, emprendedor joven alemán de 22 años, quien de inmediato fundó una ferretería en el sitio mencionado. El negocio resultó un éxito. En los inventarios de la época, que conservan celosamente sus descendientes, aparecen fuetes para cocheros, carruajes de caballos de diferentes clases: faetones, guayines, sulkeys, y los primeros autos de vapor marca White (quizás deberíamos volver a ellos para combatir la contaminación).
A fines del siglo pasado la empresa había crecido tanto, que don Roberto decidió comprar el inmueble y los alrededores y construir su propio edificio. Para ello encargó el proyecto a unos arquitectos neoyorquinos y la ejecución de la obra al afamado mexicano Gonzalo Garita. Es la primera construcción que se hace en México totalmente de viguetas de acero en columnas y trabes --una audacia arquitectónica. Vagones de ferrocarril trajeron desde Estados Unidos los materiales. La fachada, con amplios escaparates en forma de arcos, está cubierta de cantera. Destacan como elementos decorativos, los soportes con cerramiento de arco que abarcan doble altura, el original torreón que corona la esquina, y vistosos relieves ornamentales de bronce. El edificio, que tiene también oficinas y un Sanborn's, cuenta con una señorial entrada; la inauguración la hizo con toda solemnidad el presidente Porfirio Díaz en 1900. En la actualidad ha sido declarada monumento histórico nacional.
Los escaparates, aunque parezca difícil de creer, tienen su atractivo: el brillo del acero de abanicos de brocas, el rojo vivo de los cortatubos, puntas montadas en azul cobalto y así hay verde esmeralda, lila, amarillo brillante, todo en distintas herramientas cuyos nombres y utilidades confieso desconocer, pero que, jugando con la imaginación, con varias de ellas se podrían hacer cosas interesantes, como una ``instalación'' de las que exhiben ahora los museos de arte moderno. A ver a usted qué se le ocurre.