Hay ciudades que dan para recordar. En el café La Biela, de Buenos Aires, hace unos días recordé. Recordar hasta sus últimas consecuencias suele producir nudos. Años atrás yo no había tenido que preparar ninguna ponencia para el Encuentro Latinoamericano de Escritores en Argentina, porque no había sido invitada a participar en él. Escribí aquellas páginas sobre las ciudades que algunos escritores han amado y detestado, porque a última hora se decidió que yo sí asistiera al encuentro y algo tendría que leer para no balbucear llegado mi turno ante el público. En un momento dado las titulé Origen y destino. Eran apenas cuatro o cinco cuartillas que protagonizaban el derecho de Stendhal, Joyce, James y Cortázar a amar y detestar sus ciudades.
Hubo sesiones en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad, en Puan 460, en las que se alternó la presencia de los invitados que lo habían sido propositivamente. Por lo tanto, yo no participé en esas discusiones sino desde mi lugar entre los estudiantes, en calidad de invitada de última hora, hasta cierto punto con razón desprogramada. Pero no fui pasada por alto del todo por los organizadores. Así, me presenté puntual en el salón en el que tendría lugar la mesa redonda en la que fui ubicada, aunque incoherentemente, pues era la de poesía.
Entre poetas me sentí más disminuida todavía pero, tras excusar mi desubicación, leí mi ponencia, internamente dedicada de manera especial a Cortázar. Ahora bien, para entonces no era ésa la primera ocasión en que leía algo mío en público, pero nunca antes, y de hecho tampoco otra vez hasta la fecha, mi lectura había sido recibida con tanta aceptación y hasta entusiasmo como allí, al grado de que mi estupor fue genuino en aquel momento y hoy día justificadamente memorable. No desecho que la mayoría fueran razones ajenas a mi texto las que hubieran motivado aquella respuesta; pero tampoco niego que en una mínima parte mis páginas contribuyeran a aquel buen recibimiento.
Saul Sosnowski, que no había entrado a oír a los poetas, oyó desde afuera el rumor y abrió de golpe la puerta de la sala en la que nos encontrábamos para asomarse y ver por sí mismo qué sucedía adentro. Horacio Salas se acercó y me pidió mi trabajo; Pablo Armando Fernández también, y posteriormente lo publicó en Unión, la revista cubana. La historia de mi texto empezaba. En plena primavera austral, el jueves 29 de noviembre de 1990, en la página 10, bajo Educación y Cultura, La Nación hizo referencia al hecho y fijó, de este modo, aquella experiencia en el Centro Cultural General San Martín afuera de mi memoria personal. El diario argentino como una extensión de mi diario íntimo; uno hace innegable el otro, y hasta lo realza.
Fue evidente que Origen y destino creó asimismo confusión e inquietud. En una nota introductoria, el editor de Culturas, de Diario 16 de Madrid, me presentó como una escritora bonaerense al publicarlo en junio de 1991. Cuando fue publicado en Casa del tiempo, en México, después de que yo lo había leído por segunda vez, ahora en un homenaje a Cortázar en la Sala Internacional del Palacio de Bellas Artes, en la capital mexicana, El Nacional local lamentó en enero de 1992 la ``desgracia de que (dicho texto) ya hubiera aparecido antes, en enero de 1991, en la revista Unión de Cuba''. ¿Qué opinaría el periodista que me hizo este ligero reproche si yo, además, hubiera recogido Origen y destino en libro, llegada la oportunidad?
En La Biela, decía, recordaba. Tenía ante mí la Antología poética de Horacio Salas, que leí como si fuera su autobiografía. En unas notas sueltas observé cómo la poesía es la visión interior tal cual, en tanto que la prosa apenas llega a interpretar esa visión interior; la prosa es apenas una aproximación a la transcripción que la poesía es.
He visto a Salas unas cuantas veces, si acaso en cuatro o cinco ocasiones; pero tras leer su Antología poética sé cómo es él tan íntimamente que, si se lo revelara, él podría sentirse inhibido. Para tranquilizarlo, le aseguraría que en cierta forma yo vendría a ser como él, porque ése es el efecto de la visión interior expuesta; la autobiografía de un poeta es la biografía del hombre. El huidizo teme leer al poeta, alza la vista y no se encuentra en el espejo. Salas alza la vista y ``en un inesperado movimiento'' ve a su padre. Es que pertenece al bando de poetas que buscan la verdad y la exponen, así la verdad los vulnerabilice. La suya, dirá el crítico, es una poesía autobiográfica y narrativa. Pero no será, por desgracia, un elogio. La suya, es una poesía de tono neutro uniforme. Qué cosa, exclamará con las cejas arqueadas, es un poeta que habla con el corazón en la mano.
Entiendo muy bien cuando Salas dice: ``La cercanía es mezquina/ se hipnotiza con las deformaciones de la lupa/ se obstina en detalles aparentes/ pide peras al olmo/ se equivoca'', porque él sabe cómo juzga la crítica su caprichosa inclinación autobiográfica, narrativa, diarística, memoriosa: y no le importa.