Este año se cumplen tres décadas de la desaparición física de Ernesto Guevara. Desde su caída en Bolivia hasta la fecha ha fluctuado la intensidad del sentimiento popular sobre su figura, pero siempre se ha mantenido palpitante la admiración por su vida.
Contra lo que ha ocurrido con otros personajes, el paso del tiempo no ha dejado atrás su imagen sino parece reforzarla. Porque se afilió en el bando de los desheredados, el Che no es una figura de consenso. De ahí la proliferación de biografías en 1997 sobre él, en favor y en contra, aunque la visión popular está de su lado.
Sin incurrir en la hagiografía, me atrevo a afirmar que el Che fue en vida un relámpago que iluminó los cielos de nuestra liberación, y después de su asesinato se ha convertido en un resplandor permanente que adquiere diversas tonalidades fuertes, según el grado de aflicción económica de las sociedades y la intensidad de sus impulsos rebeldes. Los pueblos latinoamericanos sienten en el Che a un pariente ilustre y raizal que les sirve de inspiración, como los fundamentales próceres históricos de la primera independencia, pero que no se encuentra distante sino próximo porque está metido en medio del debate actual sobre los destinos de la humanidad.
Para trazar un retrato completo del Che no se puede omitir su pensamiento humanista y en múltiples campos como la economía, la ciencia y la tecnología, etcétera, pero en esta breve nota sólo me interesa referirme a su acción revolucionaria y a su proyección internacional.
Ernesto Guevara tuvo dos partidas de nacimiento, la primera en Argentina, y la segunda partida, de nacimiento político, en Cuba. El mismo lo dijo en su discurso de diciembre de 1964 en la ONU: ``He nacido en la Argentina: no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino... Me siento tan patriota de Latinoamérica como el que más, y, en el momento que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica''. Este apunte lo completó así: ``Mi historia de revolucionario es corta y realmente empieza en el Granma y sigue hasta este momento''.
Su disposición a dar la vida por cualquier país latinoamericano la había demostrado ya con su participación en Cuba, y la rubricó después al morir en tierras bolivianas. Además, es poco conocido pero absolutamente cierto, que mientras el Che se entregaba con ardor al trabajo constructivo en Cuba concibió ir a combatir a Nicaragua, Venezuela o Colombia.
El Che era internacionalista y esto lo hacía ``sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo'', como lo expresó en una carta a sus hijos. Su internacionalismo explica su presencia en el Congo, aunque él representaba una expresión muy alta de la cultura y la política de la región y sus mejores sueños los volcó sobre América Latina.
El proyecto que lo llevó a Bolivia tenía como objetivo instalarse allí y extender la revolución a Perú y Argentina, buscando continentalizar la lucha, lo cual llevaba implícito un esfuerzo de coordinación unificatoria. Algunos críticos han calificado a Guevara de iracundo preconizador de guerras, sin medirlo en el contexto en que actuaba, tratando de responder a la barbarie de la agresión a Vietnam, al Africa, a Cuba y a otros países de América Latina.
El Che creía fervorosamente en lo que hacía, no obstante que, pensando en que la historia fluye, basada en las verdades de cada tiempo, afirmó: ``Si nuevos hechos determinan nuevos conceptos, no se quitará su parte de verdad a aquellos otros que hayan pasado''.
En los mensajes de Ernesto Guevara, como es lógico, se exhibe un aprecio particular a quienes estaban dispuestos a correr los mismos riesgos a los que él se enfrentaba, pero su solidaridad era más abarcativa y contemplaba a todas las víctimas de la injusticia social.
En correspondencia, aquellas enormes legiones víctimas de la injusticia social, listas a reclamar enérgicamente por sus derechos, sin reparar mucho en los métodos que él preconizó o no preconizó, son los principales soportes de su popularidad. El Che cuenta con otro tipo de admiradores: los que objetiva y fríamente reconocen su vida austera, sus capacidades de pensador, su arrojo penetrado hasta el tuétano por sus convicciones y su sacrificio, e, incluso, aquellos jóvenes que llevan estampadas en las camisetas su imagen, intuyendo vagamente que se trata de alguien importante. Pero los que le aseguran su perennidad son quienes lo asumen o lo asumirán como divisa de lucha.
Este año de 1997 augura intensas rebeldías para el siglo que viene, lo que implica que el Che estará presente en ellas. No se tratará de otra campaña como la de Guevara en Bolivia, porque la historia no se repite con las mismas modalidades, sino de los reclamos ajustados a las nuevas condiciones, cuyos métodos no alcanzamos todavía a columbrar.