En El Juli se adivina, o dicho mejor, se entrevé una exultación de su espíritu torero en el instante mismo de encenderse en su retina la visión orquestal de los colores de la Plaza México. Llegado desde el mismísimo Madrid, este castizo chicuelo atónito y hechizado en el coso lleno en su tendido, deslumbrado por el inmenso graderío, consiguió llegar a ser el triunfador de esta temporada chica en la peregrinación de su arte.
Al iniciar las novilladas, hasta terminarlas lentamente, ha ido desdibujando la violencia de su toreo aprendido en las escuelas españolas y asimilado en lo pastueño de los novillos aztecas, en jubiloso trance, al adquirir una calidad de la cual carecía al llegar, pese al aprendizaje bien interiorizado de la técnica. Después vino a sentir todos los olés recargados en la e de nuestro público.
Poco a poco empieza a expresar el sentimiento torero que le enciende el espíritu de emoción estética y que lo lleva a dominar todos los terrenos del redondel con conocimiento de causa, sin que exista un rincón del mismo que no le sugiera un pase, un par de banderillas, un olé, un grito, un reflejo, una sombra que no lo conmuevan con el estremecimiento fecundo de la inspiración, hasta desbordarse en lágrimas, en faenas en las que vibra a ritmo del espíritu infantil, el espíritu mexicano que tan rápido hizo subir y mostró en la tarde triunfal de ayer domingo con una faena a la mexicana, gracias a la bondad franciscana de los novillos de don Fernando de la Mora, a tono con un público que llegó dispuesto a aplaudirlo todo.
Desde la austera plaza piramidal en juego de espejos, El Juli ha encontrado la magia del desmadejamiento convaleciente del toreo que gusta de este lado de la geografía. Transmutó la técnica seca en el oficio aprendido en la España torera por un capote y una muleta que tarde a tarde se han ido embrujando de la espuma cervecera y aletarga las sensaciones y en plena borrachera de toreo haya conseguido faenas fastuosas, rematadas con la aterciopelada faena de la tarde de ayer con redondos interminables y bien rematados.
En esos tránsitos y transfiguraciones, donde la muleta aprendió a no amanerarse ni copiar las poses y posturitas, El Juli se prende del toque de la muñeca torera y nos revela el torero que empieza a desarrollar, devolviéndole a la afición lo que había sentido con espiritual esplendidez al reafirmar --como lo ha hecho-- capacidad, espíritu y temperamento, para salir nuevamente triunfador con las orejas en la mano.
La corrida de don Fernando de la Mora noblota, pastueña, débil --mensa, bobalicona si se quiere-- se dejó hacer lo que quisieron los toreros y le permitió bordar el toreo a este Juli y a Alfredo Gutiérrez estar por debajo del increíble Paso Fino de bondad angelical, al que después de pegar pases a destajo --los interminables derechazos-- lo pasó de faena en la búsqueda de un indulto inmerecido que se le concedió y no registró, en vez de dedicarse a lo suyo, que era torear, dejando ir un triunfo que no le será fácil se le vuelva a presentar. El Jerónimo sólo consiguió realizar una tanda de redondos, pero que fueron lo más hondo y torero de la tarde debido a la debilidad de sus novillos, que le impidieron redondearlos. Por lo pronto El Juli fue el gran triunfador de la tarde y el juez Gameros tuvo una desafortuna tarde llena de dudas y pasándose el Reglamento por el arco del triunfo.