Las empresas trasnacionales siguen en el centro del debate académico y político por impactar significativamente la estructura productiva de muchas naciones y la composición y dirección del comercio mundial; porque sus patrones de producción y distribución modifican el consumo en muchos países. Y, además, por su intervencionismo, como en Chile durante el mandato del presidente Allende, asediado por la ITT. Diversos organismos internacionales (ONU, UNCTAD, OCDE) han pugnado por establecer un Código de Conducta para dichas empresas con normas mínimas de comportamiento y respeto hacia los gobiernos de sus países anfitriones. En México las trasnacionales farmacéuticas son ahora noticia al entrar en vigor la nueva Ley General de Salud que, entre otras cosas, norma aspectos claves de la comercialización de medicamentos, concretamente los nombres genéricos de sus sustancias. Este debate no es reciente ni exclusivo de México y la razón es sencilla: la salud figura, junto con la alimentación, la educación y la vivienda, entre las necesidades humanas cuya satisfación es objetivo central del desarrollo.
La industria farmacéutica juega un importante papel en nuestro país y recibe notable influencia del exterior, donde muchas empresas tienen su sede. Como reacción a la nueva ley, varias de ellas se ampararon amenazando de paso con retirar sus capitales y no invertir más en México. La manzana de la discordia es el artículo 225, el cual dispone que al recetar los productos farmacéuticos deben ser identificados por su denominación genérica o sustancia activa. Esta es la parte del medicamento que cura y hay varias presentaciones comerciales de la misma. Ahora el galeno deberá indicar en sus recetas el nombre de dicha sustancia y podrá agregar la marca comercial de la medicina. Así, el paciente podrá escoger entre diversas presentaciones de un mismo producto, de acuerdo a su precio y el cual puede variar muchísimo, según quien lo fabrique.
Aunque la disponibilidad de medicamentos no influye determinantemente (las vacunas sí) en el perfil epidemiológico de un país, es un elemento básico en la definición del curso de las enfermedades. Algunos tratadistas señalan que la medicina verdaderamente efectiva y disponible para amplios grupos de población, comenzó en 1935 con la aparición comercial del prontosil, la sulfamida cuyos efectos bactericidas abatieron las elevadas tasas de enfermedades infecciosas que asolaron a la humanidad hasta la mitad de este siglo. El aislamiento de la penicilina en 1940, modificó desde entonces la suerte de muchos heridos e infectados. Con la estreptomicina se inició en 1944 el combate farmacológico contra la tuberculosis y poco después, con el cloramfenicol y la cefalosporina, se inauguró la era de los antibióticos potentes o de amplio espectro.
Pero estos beneficios no favorecen a todos por igual. Al problema de la accesibilidad geográfica, se suma el elevado precio de las medicinas, que las hace inaccesibles a amplias capas de la población. Hace 15 años Pascale Brudon encontró que una caja de bactrim costaba en México lo que 110 huevos, 23 kilos de azúcar o 33 kilos de tortillas. En el país de origen, Suiza, el bactrim valía el equivalente a una entrada al cine. Hace días la Fundación de Lucha Contra la Corrupción ilustró cómo un jarabe para la tos (ambroxol) que cuesta 2 pesos 25 centavos en el sector salud, se expende al público en 63; mientras que capotena, para la hipertensión arterial, se lo venden al IMSS los laboratorios Bristol-Mylers Squibb a 6 pesos con 37 centavos, en las farmacias vale 108 pesos.
Para la industria el asunto no es tan simple: aunque la nueva ley es un paso adelante, se elaboró y aprobó al vapor, sin sensibilizar antes a los médicos, ni fortalecer con una gran campaña las áreas de educación e investigación. Se le olvidó hacerlo al Consejo de Salubridad General, autoridad máxima en la materia. Mientras establecer los genéricos llevó años en varios países, aquí se quiso hacer en semanas. Entre la prisa legislativa y la lentitud burocrática del Consejo para alentar los mecanismos que faciliten cumplir la ley, se relegó fijar los controles de calidad requeridos y capacitar al personal que expenderá los genéricos en 20 mil farmacias. Además, los genéricos, según la marca, tienen su propio proceso de manufactura de sustancia y por ello distinto nivel de asimilación en el organismo del paciente, por lo que sus efectos pueden variar.
Urgen medidas que garanticen la salud y la economía de la población. Que regulen un mercado que mueve 24 mil millones de pesos al año; con medicamentos que sean buenos, seguros y eficaces, y no sólo fuente de riqueza para las trasnacionales y quienes los comercializan, a veces con prácticas monopólicas. Mas por no respetar tiempos y formas, una medida con claro contenido social, puede enfrentar a la sociedad con la industria farmacéutica cuando lo importante es si la presencia de las trasnacionales en México se compensa por los beneficios que puedan dar a las mayorías para romper el dilema de que los pobres o comen o se curan.