Carlos Fuentes
Cuando viajan los dinosaurios
Existe un enigma nacional e internacional: ¿Qué será del PRI después de las elecciones del 6 de julio de 1997? Dentro y fuera del país, muchos piensan que el otrora ``Invencible'' ha sido derrotado para siempre y no tiene más destino que la desaparición. Otros, como yo, pensamos que el PRI tiene una posibilidad de renovación gracias a sus miembros críticos y democratizadores. Reconozco que las reiteradas torpezas del PRI, notablemente en el asunto de la apertura de las Cámaras el 1o. de septiembre, deja poca esperanza de que la formación fundada por Calles se renueve.
La renovación significa, por supuesto, definición. Este es uno de los mayores obstáculos para la credibilidad del PRI. Sucesivamente revolucionario, nacionalista, socialista, desarrollista, de izquierda dentro de la Constitución, arriba y adelante de centro, derecha o izquierda; populista, estatista, intervencionista y neoliberal, la madre de todos los partidos está obligada ahora a optar por su definición postelectoral. Desde Madrid, el gobernador de Puebla, don Manuel Bartlett Díaz, nos hace el favor de ofrecer un camino para que el PRI salga de un marasmo aglutinado, al parecer, por la bilis.
El gobernador Bartlett tiene todo el derecho del mundo, como ciudadano y como militante priísta, de indicar la ruta a seguir por su partido. En resumen, el gobernador preconiza una vuelta a las esencias nacionalistas y populares del PRI. El PRI estorba, declara Bartlett, ``porque gana, porque defiende los principios nacionales, porque defiende los intereses sociales. En otras palabras: la misión del PRI es levantar barreras nacionalistas y populares contra el neoliberalismo y la globalización.
``Yo y otros más -explica Bartlett- estamos por la obligación de establecer gobiernos que estén comprometidos con la justicia social. Esa postura nos obliga a una política determinada. Nosotros no podemos ser neoliberales''.
Manuel Bartlett, que fue secretario de Gobernación con Miguel de la Madrid y secretario de Educación Pública con Carlos Salinas, no dijo nada, entonces, contra las políticas que hoy deplora. Quizás tuvo que aguardar a que la impopularidad del neoliberalismo se tradujese en derrota del PRI para encontrarse a sí mismo en el camino de Damasco. Y, desde luego, ningún deporte político reditúa más en México -por el momento- que criticar a Salinas y deslindarse de él. No es el caso de Bartlett, gobernador constitucional por méritos propios y voluntad popular y autorizado, a título ciudadano, para cambiar de opinión. Simplemente, sus críticas a los gobiernos de Salinas y de De la Madrid lo comprometen como alto -altísimo- funcionario de ambos gobiernos y lo obligan, esta vez, a deslindarse del coro de oportunistas -empresarios e intelectuales, políticos y funcionarios- que en su momento veneraron a Salinas, obtuvieron favores de él y hoy lo apuñalean con más saña que Bruto a César.
Lo que queda en pie es la orientación que el gobernador de Puebla quisiera darle a su partido: una ruta que recuerda, sobre todo, la señalada en su momento por el presidente Cárdenas. ¿Se renovaría el PRI recuperando banderas que hoy, legítimamente enarbola el PRD? Si ésta fuese la maquiavélica intención de don Manuel Bartlett, dudo mucho que su programa prospere sin una renovación de las prácticas internas del PRI. El partido puede, en efecto, optar por el regreso a los orígenes preconizada por Bartlett. Lo que no puede hacer es imponer desde arriba, autoritariamente, dicho programa sin una previa reforma priísta que le permita a sus militantes sentirse respetados, tomados en serio, actores de una democracia interna del partido, no marionetas manipuladas por la rancia retórica del partido. Allí está el meollo del asunto: el electorado no puede creer en un PRI democrático si el propio PRI no cree en la democracia empezando por la democracia interna.