A propósito del postrer trabajo del cineasta francés, quien por cierto vio la luz primera en París, el 24 de junio de 1930, Raquel Peguero escribió: ``Aunque la prensa no lo recibió con una cerrada ovación y hubo algunos silbidos leves, No va más de Claude Chabrol se perfiló como la gran triunfadora del 45 Festival de Cine de San Sebastián, al adjudicarse la Concha de Oro y la de Plata, por mejor película y director, respectivamente''. (La Jornada, 28/09/97). Pero, ¿quién es realmente el triunfador de San Sebastián? ¿Cómo ubicar con justicia a Chabrol en los diversos tiempos y espacios que articulan el quehacer cinematográfico moderno y posmoderno? Comencemos por el principio.
Claude, cinecreador de estilo personal, truculento y misógino circuló durante su juventud no sólo en las salas oscuras de la Cinematheque, siempre pobladas por los fantasmas estelares de la cinematografía, sino también en las páginas del Cahier du Cinema, a través de la redundante entrega de una crítica sarcástica y agresiva.
Posteriormente, al tiempo que colaboraba con Erick Rohmer en la audaz elaboración-publicación de un libro sobre Hitchcock, participó como coguionista de un cortometraje dirigido por Jacques Rivette (Le Coup du Berger, 1956); dos o tres años más tarde --1958 y 59-- realizaría le Beau Serge a propósito de un joven parisiense (Jean-Claude Brialy) que se refugia en su modesta aldea natal (Sardent, Creause) donde encuentra a su amigo de infancia, precisamente Serge (Gerard Blain), y Les cousins que recoge en los fotogramas la problemática existencial de un joven provinciano (otra vez, Gerard Blain) recién instalado en París. Obras que de inmediato lo ubicaron como un autor de primer rango de la Nouvelle Vague francesa.
En aquellos días Claude Chabrol declaró: ``Sólo los hombres honestos reflejan la imagen de la realidad''... Recordemos también que alguna vez comentó: ``Lo esencial de la labor de un cineasta es desmontar los mecanismos de una sociedad alienada como la nuestra para mostrar y demostrar que las causas de su locura residen en la putrefacción de sus valores fundamentales''. Landrou (1962), Le scandale (1966) y Madame Bovary (1990) son ejemplos mayores de aquella intransigente vocación por retratar la realidad. Entonces, ¿por qué críticos calificables añaden a su perfil ideológico el adjetivo ``truculento''? Posiblemente porque durante una etapa de su fértil proceso creador realizó comedias policiacas clase ``B'' como Le tigre aime la chair fraiche (1964), Le tigre se parfume á la dynamite (1965).
Sin embargo, luego de fatigar ese ``purgatorio cinemático'' plagado de novelas policiales de autores estadunidenses de segundo orden, transvasa con indudable estilo y calidad noticias sensacionalistas de nota roja, entre otras, Violette Noziére (1978).
Pero apartémonos de tigres, carnes frescas y sangrantes para ir al encuentro del otro adjetivo que sacude su perfil: ``misógino''. ¿Por qué misógino? Acaso, ¿por aquellos deslices a los textos imaginarios, en cuyos traslados a los fotogramas, Alicia en vez de dar un irreal paseo emprende una impredecible fuga? (Alicia ou la derniere fugue, 1976) ¿Por su moralismo extravagante que reafirma y reniega al mismo tiempo de la fidelidad femenina? (La femme infidele, 1968) ¿Por su humor negro en el manejo de las presencias protagónicas femeninas? (Marie-Chantal contre le Dr Kha, 1965).
Y para concluir únicamente nos resta aclarar por qué consideramos a Claude Chabrol como un cine-autor personal. ¿Por su irremplazable inclinación por la actuación que lo ha llevado a interpretar pequeños papeles, entre otros, el farmacéutico de La muette, episodio de París vu par...? No, porque a partir de Hitchcock, aparecer en la pantalla es una obsesión de los cinedirectores. ¿Entonces?.... Porque su stilo narrativo es absolutamente personal, aunque críticos e historiadores lo hagan navegar entre las autorales preocupaciones cinemáticas del realismo poético francés de los altos treinta y la Nouvelle Vague de finales de los años cincuenta