Una de las grandes cualidades del Che Guevara como luchador social, fue la firmeza en las más enconadas batallas que lo hacía exclamar de continuo ``¡Hasta la victoria, siempre!''.
Ese temple y esa decisión inquebrantable no surgían de una salud física o de una corpulencia máxima, sino de una convicción moral que lo impulsaba a luchar denodadamente por las causas que consideraba justas y limpias, en cuyo triunfo final él creía.
Algo similar, aunque a nivel colectivo, está ocurriendo con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional que, a pesar de los acosos y las agresiones militares, a pesar de la franca hostilidad de los duros del salino-zedillismo, no obstante la carencia de pertrechos y aun de alimentos y a pesar de la incomprensible tozudez de Zedillo y la vergonzosa indiferencia de una cierta parte de la sociedad civil, sigue empeñado en una respetable batalla, empujado y fortalecido por sus ideales de justicia, de dignidad humana y de respeto a los derechos de las comunidades indígenas, que para honor nuestro, forman parte de México.
En el enfrentamiento a que aludimos encontramos, por una parte, fuerzas militares, debidamente pertrechadas, alimentadas y protegidas por una retaguardia organizada, pero desprovistas de principios morales y de normas éticas que interiormente los refuercen pues sólo apelan a la canina fidelidad que un militar debe guardar a sus superiores. Del otro lado de la trinchera están varios miles de seres humanos, normalmente de raza aborigen, pobremente armados, escasamente alimentados, inhumanamente perseguidos y acosados, pero con sus corazones rebosantes de una decisión de luchar, hasta vencer la oposición a las justas demandas de los grupos indígenas y de buena parte de los campesinos pobres de nuestro país, hoy despojados de tierras, de aguas, de derechos y de esperanzas.
El frente de batalla de los militares tiene hoy una cabeza que, por desgracia, ha demostrado su total incapacidad para proponer, alentar y realizar una solución justa y digna. No ha sido capaz siquiera de dominar al sector duro de sus adictos a reconocer validez y obligatoriedad a los acuerdos de San Andrés Larráinzar.
La fuerza política y social de la causa zapatista ha tenido visibles consecuencias que no pueden mantenerse ocultas. Además de las reiteradas manifestaciones de apoyo de muchas partes del mundo, recientemente el EZLN recibió una multitudinaria y calurosa muestra de apoyo del pueblo mexicano, con motivo de la marcha de la Sierra Lacandona a la capital de México, de mil 111 representantes de las comunidades indígenas residentes en la zona del conflicto.
Hace unos cuantos días en París, tan digna de recuerdo por tantas luchas por la dignidad del hombre, el presidente Zedillo recibió un estremecedor rechazo de los grupos franceses de derechos humanos por la política antiindígena del grupo gobernante puesta de manifiesto en materia de derechos humanos, uno de cuyos capítulos más vergonzosos es la persecución de los indígenas del sureste de México.
Una vez más podemos comprobar que, como ha sucedido reiteradamente en la historia, la fuerza moral de los principios está por encima de la eficacia destructora de las armas; siempre y cuando estos principios sean capacez de mover a las grandes masas de la población.
Estamos en el momento preciso en que la acción y la decisión de la sociedad civil, cuyo apoyo tanto ha demandado el EZLN, se conviertan en un factor decisivo que obligue a la mafia salino-zedillista a reconocer la justificación de la lucha de los grupos indígenas, que hoy cuenta con el apoyo y la simpatía de gran parte del pueblo mexicano y con la admiración y respeto de la opinión pública mundial.
Si el presidente Zedillo no fuera tan obstinado como ha demostrado serlo, los mexicanos podríamos sentirnos contentos con la perspectiva resultante del proceso electoral del 6 de julio, de la clamorosa aceptación en todo el territorio nacional de la marcha de los mil 111 y del escandaloso rechazo de París de este mismo mes de octubre, el presidente Zedillo se prepararía para, antes de completar su tercer año de desgobierno, presentar la fórmula de solución aceptable, empezando por firmar y proceder a cumplir los acuerdos de San Andrés Larráinzar.
Sin embargo, la tozudez y firmeza de ideas de Zedillo nos obliga a no caer en una ingenua esperanza y nos impone recordar una vez más al inolvidable Che: ¡Hasta la victoria, siempre!