Luis Linares Zapata
Simulación o desarrolloSimulación o desarrollo

La tragedia ocasionada por Paulina trae a colación, en una serie fantasmagórica de imágenes sucesivas, los errores, las ausencias y deformaciones de un desarrollo en mucho injusto y trampeado, pero sobre todo mal previsto y peor conducido. El huracán no pudo ocasionar la tragedia en vidas y propiedades que ahora lamentamos. Si lo hizo, la causa de lo sucedido, de prevalecer una voluntad reivindicatoria seria, puede encontrarse con asombrosa precisión y rapidez. Pero si se le quiere escamotear, lo apropiado será usar los innumerables meandros de la burocracia pública o privada y sus torpes explicaciones, subterfugios y complicidades. Para ello se cuenta con la largamente sufrida característica oficial de diluir la responsabilidad hasta el punto de hacerla un insondable y dilatado arcano. Se trata de desviar diagnósticos, nublar responsabilidades, movilizar comunicadores afines, interponer instancias y liderazgos espurios, y dar los justificantes respectivos a los involucrados, para que se esfumen en el anonimato como el sello distintivo de su accionar.

Bien se sabe que muchos, por no decir todos los ahogados, habitaban zonas de alto riesgo (anfiteatro) no aptas para fincar vivienda alguna. Si hubo ahí precarismo, tuvo que ser permitido y llevado a cabo por las mismas autoridades (Invisur) o con la complicidad de fraccionadores inescrupulosos, líderes venales, amnesia fingida por el resto de la sociedad o manipulación partidista tal y como es la constante, no sólo en Acapulco sino en gran parte de aquellas zonas de México bajo disputa por la voracidad y la pobreza. En el fondo, este conocido y explorado proceso de clientelismo político ha engendrado chipotes y problemas en la tenencia de la tierra, la urbanización y la construcción habitacional en todo el país. Pero ello es más que un simple fenómeno aislado, limitado por un momento de urgencia temporal. Es un grotesco síntoma que revela la apropiación partidista, y de grupo, de la esencia misma del Estado y la nación. Durante años e inacabables días, se habló, actuó y expropiaron héroes y calles, el destino colectivo, la historia, el bien común, y se fingió ser el árbitro supremo del mal y lo aceptable. En las mismas palabras presidenciales (Acapulco) de no reconocer ninguna representación que no sea la de él mismo (investidura), se revela la desproporción conceptual y política que desprecia minorías, disidentes y simples ciudadanos. Nadie, fuera de los escogidos, tiene la potestad de abanderar la indignación popular. ¿Quién, entonces, lucra con la tragedia ajena?

Lo sucedido a lo largo de la costa chica guerrerense y la de Oaxaca es una historia ya narrada en demasía. Un corredor de miseria que ha recibido un trato que perpetua su postración social, política y económica. Una estrecha franja de tierra plana a la vera de una montaña feroz que siempre ha sido una zona de alto peligro (temblores, alimañas, vientos y copiosas lluvias) y que jamás ha contado con una estrategia que contemple, además de su desarrollo armónico, la mínima seguridad colectiva. Poblada por comunidades dispersas, en plena marginación, apegadas a sus costumbres ancestrales de artesanos hábiles, de jornaleros, de pequeños cafetaleros, rudimentarios ganaderos y agricultores de temporal, nunca han sido sujetos de un programa bien armado y comprensivo que los incluya, aliente su organicidad y los proteja. Una sola carretera de dos estrechos carriles une a casi tres millones de personas en una distancia que va de Lázaro Cárdenas a Salina Cruz (unos mil km). Cortada ahora en varias de sus partes, quedan en el completo aislamiento los damnificados. La impostergable reconstrucción habría que replantearla, ahora sí, de manera integral. Las líneas telefónicas son contadas fuera de los centros turísticos. Después de Acapulco y hasta Salina Cruz, pasando por Huatulco o Pinotepa, no hay un solo hospital, aunque sea rudimentario, especializado en niños. La vulnerabilidad es total ante arroyos que crecen de repente como mares. Todas sus construcciones son de palma, adobe o de ladrillo mal cimentado. No hay, porque a nadie le ha interesado plantearlo como necesidad preventiva, un sistema de refugios alternos ante las emergencias. Las escuelas o templos usuales para estos menesteres escasean en una región que requiere multiplicar los centros deportivos o los mercados, por ejemplo. Pero en el fondo, la simulación es la constante. Como tantos otros casos, el gobierno de Guerrero ha sido un gran simulador de todo: de elecciones, de apoyos, causas y acciones, de planes o de justicia. Ahí están los Figueroa para personificarla, pero los Aguirre pueden bien ser achicados sustitutos.