Mauricio Merino
El cascarón y el contenido
Ahora que una parte de la prensa ha agotado una primera batería de insultos contra los consejeros electorales del IFE, gracias a los cuales pude verme como conjurado, jacobino e irresponsable por haber cometido el pecado de solicitar una evaluación al papel que ha jugado la Secretaría Ejecutiva de esta institución, me parece que resulta oportuno ofrecer una explicación sobre la ``crisis'' por la que está atravesando el IFE. Espero que al menos sirva para poner las cosas en su justa dimensión.
El cascarón: Seis consejeros electorales, en efecto, le pedimos a José Woldenberg que se cumpliera el compromiso que habíamos hecho ante el Consejo General del IFE, en el sentido de evaluar el papel desempeñado por el secretario ejecutivo, una vez concluido el proceso electoral. Nadie se sorprenderá, a estas alturas, si revelo que al consejero presidente le molestó nuestra solicitud, quien no sólo la consideró inoportuna, sino ingrata con el funcionario más importante de la estructura ejecutiva de la institución. Aceptó llevarla a cabo, sin embargo, porque había que saldar el compromiso públicamente asumido, siempre que fuera después de la sesión del Consejo General que habríamos de llevar a cabo el jueves 9 de octubre. Hasta ahí, nadie sensato podría haber anunciado una ``crisis'' en el IFE.
La ``crisis'' se inició el domingo 5 de octubre, cuando aquella solicitud se filtró a los medios de comunicación, y éstos dieron comienzo a toda clase de conjeturas sobre el propósito de la evaluación. Pero se agravó, sin duda, cuando mi colega Jaime Cárdenas fijó su propia posición en una entrevista publicada el miércoles siguiente en La Jornada, señalando que a su juicio Felipe Solís debía dejar el cargo. Días antes, por lo demás, otros ya se habían encargado de afirmar que los seis consejeros que habíamos hecho la solicitud formábamos un ``bloque'', y que en realidad estábamos fraguando una conjura en contra de José Woldenberg para, por supuesto, adueñarnos de la institución.
Ante la escalada de esas interpretaciones, y tomando en cuenta que de nuestra parte la única voz que se había dejado oír era la de Jaime Cárdenas --cuya opinión, respetable y respetada, no coincidía sin embargo con la de otros--, optamos por tratar de reencauzar el asunto por vías institucionales, guardando nuestra posición común para la reunión del Consejo General que tendría lugar el día 9. No pedimos la cabeza de Felipe Solís, como se afirmó en los medios, ni que esa evaluación se llevara a cabo en ese momento, ni que se hiciera al margen de las normas institucionales, ni mucho menos que José Woldenberg se hiciera a un lado. Lo que pedimos, y seguimos pidiendo, es evaluar el cargo de secretario ejecutivo, porque es preciso saldar ese compromiso público, porque la ley así lo exige, y porque hay que hacerlo a la luz de las transformaciones internas que nos indica la experiencia acumulada después de un año de tareas cumplidas. Todo lo demás es agua de borrajas, oportunidad acaso para cobrarnos cuentas atrasadas, ruido de cafetería política y, también (hay que admitirlo), una buena dosis de neurosis personales.
El contenido: El problema de fondo es otro. Lo que está sobre la mesa de discusiones no es la permanencia de Felipe Solís como secretario ejecutivo del IFE, sino la existencia de varias concepciones diferentes --que no necesariamente encontradas--, sobre el futuro de la institución. Personalmente, no sólo estoy convencido de que es preciso revisar su estructura y su funcionamiento, para producir los cambios que nos permitan consolidar su vida interna antes de las elecciones del 2000, sino que además la ley nos obliga a hacerlo. Tan falso resultaría afirmar que en el IFE todo funciona perfectamente bien, que todos sus funcionarios son arcángeles y que las líneas de comunicación y acción son impecables; como sostener que el IFE es un desastre, que todos sus funcionarios le reportan a Gobernación, y que todo opera bajo el mando único del secretario ejecutivo. El problema es que en el Consejo General hay quienes están cerca de alguno de esos dos extremos, y me temo que en ellos se ha colocado la agenda del debate. De modo que aun cuando se llegara a admitir la conveniencia de adecuar la estructura y el funcionamiento de la casa, el siguiente problema a dirimir residiría en la profundidad de esos ajustes, y en quién habría de encabezarlos; si la Junta General Ejecutiva o el Consejo General, sin marginar a nadie. La evaluación de Felipe Solís no representaría ningún conflicto, si no estuviera inscrita en este contexto de concepciones divergentes.
No obstante, quiero pensar sinceramente que la tormenta de la semana pasada puede volver al vaso de agua, si somos capaces de reunir esas concepciones diferentes en una posición política común. Así lo hicimos durante todo el proceso electoral, y aunque nuestras discusiones no siempre fueron tersas, lo cierto es que en la mayoría de las ocasiones logramos acuerdos que consiguieron el apoyo del ``bloque'' de los nueve consejeros. Creo que José Woldenberg puede transitar tranquilamente por esa misma ruta de consensos, y estoy seguro de que cuenta con la mayoría de nuestras voluntades para conseguirlo, pues nadie come lumbre. No hace falta perder la calma, ni darle nuevos elementos al escándalo. El IFE tendrá que pasar por un ajuste, eso es lo único que resulta inevitable, y más nos vale que lo hagamos bien, y pronto.