Natalio Hernández
Los sueños de un educador comunitario*
(Primera de dos partes)

Para mi hija Sitlalmina, flechadora de estrellas.

El camino andado. Hace 30 años me inicié como profesor bilingüe en la Sierra Norte de Puebla. Trabajé dos años con niños de preescolar, todos ellos hablantes de la lengua náhuatl. Fueron los años más significativos de mi vida como profesor. Realmente, era poco lo que les enseñaba debido a mi limitada experiencia y mi escasa formación profesional. Contaba en aquel momento, con estudios de secundaria, únicamente.

Recuerdo que lo más ameno, para ellos y para mí, era que podíamos platicar: nos divertíamos muchísimo jugando y conversando. El hecho de hablar la misma lengua nos acercaba y nos comunicaba y, porqué no decirlo, nos hermanaba. Manejábamos un mismo código lingüístico y compartíamos un mismo universo simbólico y cultural. Para entonces todavía no estaba abrumado ni preocupado por las corrientes pedagógicas de Rousseau, Piaget, Freire, Montessori, Freinet, Makarenko y tantos otros autores que tuve que leer posteriormente para tratar de extrapolar sus propuestas y aprovechar sus enseñanzas.

En aquel tiempo, hace 30 años, partíamos del supuesto pedagógico de que el profesor bilingüe tenía que alfabetizar en lengua materna y castellanizar al mismo tiempo. Lo cierto es que no hacíamos ni una ni otra cosa. Mejor dicho, hacíamos ambas cosas a medias, con muchas limitaciones didácticas.

Cuando logramos interiorizar la alfabetización en lengua indígena y la castellanización, como resultado de un proceso crítico y autocrítico, arribamos a la propuesta de la educación bilingüe bicultural, como parte de nuestras demandas de reivindicación étnica. Para entonces, contaba con mayor experiencia pedagógica y un poco más de formación profesional. Junto con varios profesores bilingües, colegas míos, nos involucramos en la discusión académica y en la instrumentación didáctica. Estábamos convencidos de que este era el camino correcto. Consideramos lógica y pertinente la propuesta pedagógica de propiciar en el niño indígena el desarrollo de las dos lenguas: la materna y el castellano, en igualdad de circunstancias.

Lo cierto es que el sistema educativo nacional seguía impugnando la viabilidad de la propuesta de desarrollar las lenguas indígenas y, sobre todo, su incorporación al currículum como materia de estudio y medio de enseñanza. Esta discusión no ha terminado, continúa vigente. En amplios sectores del magisterio nacional y de la sociedad mexicana, prevalece la idea de que son lenguas inferiores, atrasadas, pobres de contenido; todo ello como resultado de los prejuicios que heredamos del proceso colonial de varios siglos.

Por otra parte, la cobertura del subsistema de educación indígena rebasó la instrumentación pedagógica que requería la educación bilingüe bicultural: creció en cantidad, pero no en calidad. La capacitación y la formación profesional han sido las principales limitantes. Hasta ahora no existen, en México, instituciones de educación superior o escuelas de formación de profesores bilingües. Otra limitante ha sido la rigidez del sistema educativo nacional, en donde predomina la idea de la homogeneización lingüística y cultural.

Afortunadamente, en los últimos 10 años se han desarrollado diversas propuestas pedagógicas a nivel comunitario. Estas experiencias se pueden resignificar y extender su aplicación a un ámbito mayor respetando, en todo momento, la particularidad de cada región lingüística y sociocultural. A mi juicio, son estas experiencias las que pueden enriquecer y retroalimentar el actual subsistema de educación indígena en una nueva perspectiva de educación intercultural bilingüe.

En un contexto más amplio, los movimientos indígenas de 1992, con motivo de los 500 años de resistencia indígena, propiciaron una intensa discusión en foros nacionales e internacionales. En México, por ejemplo, se reformó la Constitución Política en la que se reconoce actualmente que somos una nación pluricultural y mutilingüe y que es compromiso del Estado mexicano promover su desarrollo y difusión.

Y todavía más, en enero de 1994 los hermanos mayas de Chiapas cimbraron a México y al mundo entero con su grito: ¡ya basta de tanta injusticia! Este movimiento sacudió la conciencia de la sociedad mexicana al evidenciar la presencia contemporánea de los pueblos indígenas. El tema indígena ya no es hoy un asunto sólo de los indígenas, sino de la nación y la sociedad enteras. En este sentido, estamos empeñados en enfrentar el reto de contribuir con nuestras ideas, experiencias y propuestas a desarrollar una mayor conciencia de la diversidad y una convivencia justa y democrática.

Estos acontecimientos recientes replantean el modelo de educación bilingüe bicultural que se manejó, sobre todo, en la década de los ochenta. Ahora reflexionamos y proponemos al Estado, a las instituciones y a la sociedad mexicana, una educación intercultural bilingüe. En efecto, una educación intercultural que nos abra un horizonte más amplio para convivir y relacionarnos con otras culturas, otros saberes, otros valores, otros conocimientos que enriquezcan los nuestros. Estamos conscientes que debemos trascender la confrontación que ha caracterizado al movimiento indígena para trabajar con mayor intensidad en la construcción de nuevas vías de entendimiento. El diálogo intercultural puede ser uno de los caminos posibles.

* Texto presentado en la V Conferencia Internacional sobre la Educación de los Adultos, Hamburgo, Alemania, y en el II Seminario Internacional sobre Capacitación en Producción y Promoción de Materiales de Lectura en Lenguas Indígenas, Caracas, Venezuela.

Nota: El autor es escritor en lengua náhuatl y director de la Casa de los Escritores en Lenguas Indígena