Los pobres son las principales víctimas del huracán Paulina. Esto es fácil de ver en una ciudad de altos contrastes como Acapulco. Los ricos, los dueños de los hoteles, por ejemplo, sufrirán pérdidas, desde luego, pero sin comparación con las de sus empleados y los demás que viven (o vivían) de acuerdo con su pobreza. Los damnificados no son los ricos, ni siquiera los miembros de clase media que viven en Acapulco. Los damnificados son los pobres, los que muy poco tenían y nada o casi nada les quedó después de la tragedia. Los muertos, por si no fuera suficiente perder bienes y formas de vida, son también de los pobres.
En otras poblaciones, tanto de Guerrero como de Oaxaca, donde quizá los contrastes sociales son menos marcados que en Acapulco, las víctimas fueron también los pobres.
Los pobres son, desde antes del huracán, las víctimas de un sistema que es, por definición, injusto. Me refiero al sistema capitalista cuya lógica es la concentración de capital y su naturaleza es la ganancia. La concentración de capital produce más pobres y hace más pobres a quienes ya lo eran. La ganancia es la razón de ser del capitalista (capitalista que no gana, deja de ser capitalista), y es incompatible con la distribución equitativa de la riqueza.
Cuando se produce una tragedia como Paulina salen a la superficie las razones de la pobreza y la manipulación que de ésta han hecho y hacen empresarios, líderes y gobernantes corruptos en aras de ganar dinero. Los pobres viven, por lo general, en zonas pobres, es decir donde hay riesgos, donde no hay servicios, donde la construcción de sus viviendas no es segura. Pero se olvida que en ciudades como Acapulco, Huatulco, Zihuatanejo y otras, esos pobres fueron expulsados de donde vivían o que llegaron de otras partes de donde también fueron expulsados, precisamente por pobres. Paulina agudizó la situación de los pobres, los hizo más pobres y ahora carecen de agua y de comida (y no es una forma de hablar: no hay agua y no hay comida, aunque algunos supermercados de Acapulco bajaron sorprendentemente los precios de productos alimenticios de gran demanda, pero al mismo tiempo ni por mil pesos se consiguen pipas de agua que antes costaban 200 pesos, porque tienen prioridad los hospitales y los hoteles).
El gobierno, a diferencia de 1985, se ha movido con mayor eficiencia que entonces, pero su acción es para atender (insuficientemente, por cierto) las consecuencias de la tragedia, pero no la tragedia misma anterior al huracán. Al contrario: este gobierno, como el anterior y el anterior del anterior, han propiciado con su política económica que los pobres sean más pobres de lo que eran antes de la imposición del neoliberalismo en México. En otros términos, los gobiernos del neoliberalismo (1982 a la fecha) han ampliado la franja de la pobreza y de la miseria en México y han profundizado el abismo entre los cada vez más ricos y los cada vez más pobres. La inseguridad en las ciudades y la vulnerabilidad a los fenómenos naturales no son sino resultado de la pobreza y ésta, a su vez, no es sino resultado de la insultante riqueza que los gobiernos han permitido --cuando no propiciado-- con sus políticas insensibles a la pobreza creciente de los pobres.
La herida social se abrió, una vez más, con una tragedia de causas naturales. Un huracán levantó la costra de esta herida y puso al descubierto, más allá de las estadísticas que ya la probaban, que la tragedia social es y será la pobreza creciente de la población que ha generado el capitalismo y sus gerentes llamados gobernantes.