Jorge Legorreta
Urbanismo mortal de Acapulco a la ciudad de México

Deberá disculpar el presidente Ernesto Zedillo, pero las vidas que cobró en Acapulco y en otras poblaciones el huracán Paulina sí tiene causas y culpables. Frente al desastre, una actitud asistencialista, como la ofrecida por el gobierno federal dejaría intacto un desarrollo urbano segregado y las fuerzas políticas que lo convirtieron en mortal. La dura lección debe ser aprendida para la ciudad de México, pues por su mayor magnitud las consecuencias podrían ser más graves.

Allá como aquí, muchas colonias pobres han crecido al lado de los ríos convertidos en un peligro durante las lluvias. Durante la presente semana la caudalosa precipitación pluvial ha puesto en riesgo algunas zonas de la ciudad de México, urbanizadas con asentamientos ilegales. Frente al peligro habrá, en efecto, que tomar las providencias e incluso reubicar las viviendas que presenten mayores riesgos. Pero eso no bastará. Habrá que atender las causas y no los efectos, como parece ser el enfoque del gobierno en el caso de Acapulco. Allá, durante la tormenta, las aguas del río Camarones arrasaron 900 viviendas construídas prácticamente en su lecho. La zona más dañada fue Palma Sola, localizada en la parte alta, visitada el martes pasado por el presidente Zedillo y sus colaboradores. La ubicación de miles de pobladores en estas zonas de alto riesgo no es de ninguna manera espontánea ni producto de su voluntad, como se afirmó durante el recorrido presidencial. Son procesos de urbanización planificados y dirigidos por conocidos líderes de colonos y comerciantes. Sus nombres --nos dijo un taxista-- aparecen por toda la ciudad en las bardas como candidatos a diputados y senadores del PRI. Aunque no sólo del PRI, según comentó otro habitante del lugar, asegurando que los perredistas habían igualmente traído colonos durante las últimas elecciones.

Seguir cosechando votos a costa de muertes sería una irresponsabilidad del Estado. En Acapulco el ofrecimiento del Ejecutivo de otorgar créditos a la palabra, empleos temporales y 2 mil 500 reubicaciones, sin afectar las viejas estructuras corporativas del voto, no hará más que seguir reproduciendo asentamientos ilegales en zonas de alto riesgo. Sin tocar las estructuras corporativas, las reubicaciones resultarán como en el pasado, un rotundo fracaso. Hay que recordar la realizada hace casi 20 años por el entonces gobernador Rubén Figueroa, cuando trasladó miles de familias del Cerro Veladero hacia el fraccionamiento llamado El Renacimiento. Hoy ese mismo cerro, considerado una de las reservas ecológicas de Acapulco, se halla prácticamente urbanizado con asentamientos ilegales.

En Palma Sola, la zona dónde más muertes hubo, las poderosas fuerzas políticas corporativas para la coptación del voto volvieron a hacer acto de presencia; son las mismas que dieron el poder a muchos de los funcionarios estatales y federales que acompañaban la comitiva presidencial y las mismas que han amparado la peligrosa urbanización al lado del citado río Camarón y otros. Mientras esa estructura corporativa siga actuando, la reubicación de familias que perdieron su vivienda será uno más de los muchos paliativos ofrecidos después de los desastres.

Una vez diluida la presencia federal, los cauces de los ríos volverán a ser ocupados y será nuevamente notoria la impotencia de las autoridades municipales, convertidos en simples testigos de la urbanización de las montañas.

En la ciudad de México, las zonas de mayores riesgos se dan en las zonas aledañas a los cauces de los ríos San Borja, San Angel, Becerra, Tacubaya, Hondo, Tlalnepantla y Santiago, donde habitan alrededor de 300 mil personas. En Acapulco, como en la ciudad de México, nos conviene prever desastres con una perspectiva más integral del desarrollo urbano, desactivando las estructuras corporativas que han orientado los asentamientos ilegales hacia las zonas de alto riesgo.

Mientras tanto, hay mucho que hacer con el agua de los ríos convertida en un peligro durante las caudalosas tormentas. Almacenarla en las partes altas podría ser un camino para que las zonas que han crecido al lado de sus cauces dejen de ser urbanizaciones mortales y se transformen en espacios para la vida.