Héctor Aguilar Camín
Crecimiento y equidad
Al tema del crecimiento económico y la equidad social dedicó sus sesiones chilenas (Santiago, 10 y 11 de octubre) la Comisión sobre el Progreso Global que encabeza, para la Internacional Socialista, Felipe González. Fui invitado a participar y tuve acceso a algunos de los materiales que guían esta reflexión en busca de una perspectiva socialdemócrata, socialista, de izquierda, compatible con las realidades del siglo XXI. Cuauhtémoc Cárdenas estaba invitado al panel final del seminario, pero a última hora no pudo asistir. Es una lástima, porque el seminario chileno de Felipe González -auspiciado por la Fundación Siglo XXI, que encabeza Ricardo Lagos, el más probable candidato presidencial de la convergencia democristiana y socialista que gobierna Chile- abordó los problemas centrales a que debe enfrentarse la izquierda con vocación de gobierno en el mundo de hoy.
Son problemas relativamente sencillos de enunciar, pero difíciles de procesar en los hábitos ideológicos de una tradición de pensamiento de izquierda reacio aun a ciertas evidencias del cambio en el mundo. Para cumplir a la vez con su vocación de gobierno y con sus viejos ideales de equidad y justicia, los partidos de izquierda modernos deben empezar por asumir ciertos condicionamientos estructurales del mercado mundial y actuar en consecuencia para no hacerse vulnerables a sus vaivenes. A partir de ese equilibrio básico, que se obtiene respetando y jugando las reglas financieras y comerciales del mercado, es como han de construirse los Estados de nuevo tipo, ``musculosos y sin grasa'', como dice el propio González, capaces de garantizar los derechos y las oportunidades de todos, y de cumplir sus dos funciones estratégicas, hasta hoy insustituibles: mejorar el capital físico (infraestructura) y humano (educación) de una sociedad.
Asumir los condicionantes estructurales del mercado mundial quiere decir reconocer el carácter irreversible de los procesos de globalización del comercio, las finanzas y el cambio tecnológico, para lo cual sólo hay una defensa: participar activamente en ese proceso mediante la construcción de economías abiertas al comercio, la inversión exterior y la innovación técnica. En las condiciones corsarias de libertad de movimiento de capitales de uno a otro mercado, la única manera estable de participar en ese juego es manteniendo, cada país, un riguroso equilibrio de sus políticas macroeconómicas, de modo que pueda arrostrar cualquier eventualidad exterior con unas finanzas públicas sanas, sin déficit ni deuda desproporcionadas a su ahorro, una estabilidad cambiaria firme y una inflación baja, que mantenga accesible el precio del dinero y estable el de los bienes y servicios.
En el pensamiento de izquierda estas últimas cosas se identifican con el fundamentalismo neoliberal, y sacan ronchas. No le han faltado al propio González, desde la izquierda, acusaciones de pragmatismo, desleimiento ideológico y hasta renuncia a los valores socialistas de la solidaridad, la equidad y la justicia. González contesta: ``Mientras los socialistas ponemos por delante nuestros valores y nuestra tradición e imaginamos un futuro mejor, la derecha gobierna el presente. Imaginemos cómo gobernar el mundo de hoy con nuestros valores''. La verdad es que en pocos esfuerzos de diseño de políticas públicas puede hallarse, como en el de los socialistas de la Comisión del Progreso Global, un intento más atractivo de sintetizar los imperativos del mercado y el Estado, de la libertad y la igualdad, del crecimiento económico y la equidad.
Se trata, al fin de cuentas, de una estrategia que plantea la rentabilidad de largo plazo de la justicia social. Este último punto es quizá el más atractivo del proyecto de la modernidad socialista de fin de siglo: la visión de la equidad social como un instrumento de la productividad, no como una filantropía sino como una inversión. Ni la estabilidad política ni la prosperidad económica pueden ser duraderas en sociedades desintegradas, lastradas por la inequidad. Los intereses estratégicos tanto de la cohesión social como de la ganancia se garantizan mejor en el contexto de una sociedad de mercado y Estado fuertes. El dilema no es, según tiende a plan- tearse, más Estado o más mercado. Como lo muestra la antigua Yugoslavia, puede haber algo peor que los excesos del Estado: la falta de Estado. Como lo demuestra el caso de Cuba, puede haber algo peor que los excesos del mercado: la falta de mercado. De hecho lo que hace falta es más Mercado y más Estado. No fue otra la idea del corsario filantrópico de las finanzas mundiales, Georges Soros, al advertir que los excesos del mercado pueden acabar con el mercado, del mismo modo que los excesos del Estado terminaron con el Estado en los países socialistas.
Puesto todo junto, quizá habría sólo un interlocutor más apropiado para este discurso que la izquierda con vocación de gobierno: los capitalistas con visión de largo plazo de sus intereses y su país.