En medio de la profunda crisis provocada por la mundialización, que pone en cuestión todos los equilibrios anteriores, incluso vigentes durante décadas, nace un nuevo realismo, que no tiene nada que ver con la pasividad ni la resignación y que, en los retrocesos generales, permite avances relativos de gran importancia. Los obreros, en efecto, saben por experiencia que a veces las huelgas más heroicas se pierden o terminan con acuerdos más o menos malos y no se asustan por el acuerdo entre Refundación Comunista (RC) y el gobierno de centro izquierda, que prepara nuevos conflictos entre ambos. Además, todo el pueblo italiano conoce, por su historia, que el ``todo o nada'' y la intransigencia en la ``pureza'' opone los ideales a la lucha por su realización y los hace imposibles. Y que lo necesario (ganar fuerzas, tener aliados, organizar una contraofensiva cuando uno está contra la pared) obliga a hacer aproximaciones sucesivas al objetivo, incluso a dar pasos atrás para poder volver a avanzar con la condición única de que lo inmediato no se oponga al fin, que es independizar a los trabajadores del Estado, luchar por una alternativa a la política del capital financiero, movilizar a los sectores oprimidos para imponer ese contraplan, concientizar.
Es significativo, a este respecto, que los metalúrgicos de Brescia hayan ido a Roma, durante la crisis, para discutir con Prodi, con el PDI y con RC y tratar de evitar que la derecha llegase al gobierno, manteniendo sin embargo las exigencias sociales de RC. Y que igual cosa hayan hecho los Centros Sociales del Nordeste (los más ``autónomos'' de todos) que se entrevistaron con RC, con el PDI y con los Verdes en torno a la reivindicación de las 35 horas semanales de los trabajos sociales e incluso de la autogestión y el federalismo en la administración del welfare. Existe pues plena conciencia de que se debe trabajar con quienes, en las instituciones y la vida electoral, tratan de mantener un puente con los movimientos por una alternativa. Esto es una garantía de futuro y no sólo para RC sino también para toda Europa, donde ya son dos los países --Francia e Italia-- que aceptan las 35 horas y un Estado social, a lo que se agrega que en Portugal los funcionarios públicos trabajarán 32 horas por semana (para crear 200 mil nuevos empleos), que en Alemania ya se trabajan 34 horas y que los patrones austriacos proponen la semana de 33.6 horas.
Las luchas de los trabajadores y los jóvenes franceses e italianos (que ocuparán las calles de Roma el 25 próximo) se expresan en las urnas, votando por la izquierda (o contra la derecha) y han arrancado, sobre todo, promesas de más civilización, de conquistas de tiempo libre, de trabajos sociales, de más igualdad entre los sexos y las razas, de menos discriminación. Estamos ya ante una tendencia, por lo menos europea, a reducir el tiempo de trabajo para que trabaje más gente y para salvar el mercado interno y la justicia. Esto es un duro golpe a la política mundial del capital financiero, que ya no puede ser ignorado en ninguna parte del mundo.