Un análisis de lo dicho en los medios de comunicación sobre el desastre que se presentó ante el impacto del huracán Paulina indica que en la discusión entre el gobierno y sus críticos ha prevalecido el tema del aviso que se dio o debió darse a la población acerca de la llegada de un fuerte meteoro, para que ésta pudiera protegerse a tiempo. En nuestra opinión, éste es sólo un pequeño aspecto del problema.
¿Con un aviso oportuno y suficiente, los millones de habitantes que se vieron afectados, los hoy muertos, desaparecidos o heridos hubieran corrido mejor suerte?, ¿habrían salvado algunos bienes más? Si partimos de que el aviso no existió o fue inapropiado o insuficiente, la respuesta es que sí. Pero la pregunta es si la gente hubiera sabido dónde refugiarse o qué hacer con sus cosas, a partir de un conocimiento previo del peligro y una conducta adecuada frente a él.
El propósito de este escrito es plantear las principales interrogantes que surgen en la mente de los mexicanos luego de un desastre así, que se agrega a una larga cadena de pequeñas y grandes catástrofes que han sacudido en mayor o menor medida todas las estructuras sociales del país. ¿Es posible prevenir el impacto desastroso de un fenómeno hidrometeorológico como el Paulina?, ¿a quién corresponde la iniciativa para conseguir una correcta organización social que contrarreste los efectos destructivos de la naturaleza o del propio desarrollo socioeconómico del hombre? Nadie discute que la miseria y la ignorancia son agravantes de los impactos desastrosos, pero ¿hay que resolver por completo las primeras para poder mitigar los segundos?
En el grupo de amenazas que representan las acciones de la naturaleza, las tormentas, ciclones y huracanes son los que se pueden pronosticar con mayor certeza. El caso de los sismos sería lo contrario y el de una erupción volcánica se encontraría, por así decirlo, en el centro de las posibilidades estadísticas de predicción.
Los ejemplos mundiales de advertencia de huracanes son incontables y ha quedado perfectamente demostrado que el aviso adecuado y oportuno dentro de mecanismos de alertamiento que formen parte de un sistema de preparativos evita de manera contundente la pérdida de vidas humanas y además, aunque con mayores dificultades, de buena parte de los bienes materiales.
El caso ocurrido en 1977 en Andhra Pradesh, India, un estado que tiene mil 30 kilómetros de costa, es revelador. En esa ocasión azotó un huracán que produjo vientos superiores a 200 kilómetros por hora, penetró 12 kilómetros tierra adentro y afectó a 3 millones 400 mil habitantes, de los cuales murieron 100 mil. Trece años más tarde, en 1990, otro ciclón, con vientos de más de 250 kilómetros por hora que se metió a 25 kilómetros de la costa y llegó a poblados con 7 millones 200 mil habitantes. Fueron desalojadas 650 mil personas y concentradas en mil 98 campamentos de socorro y 740 albergues, ayudados por dos mil equipos de rescate conformados por los mismos pobladores; los preparativos permitieron un saldo del todo diferente: 910 personas muertas. La diferencia estuvo en que el gobierno puso en marcha planes adecuados para enfrentar este tipo de contingencias, apoyados básicamente en la participación de la gente. (Revista Stop Disasters, 1996).
Muchos casos más pueden mencionarse, pero baste hacer la referencia de lo que se hace en materia de prevención en Estados Unidos y, para tener un caso similar al mexicano, la forma de enfrentar fenómenos equivalentes al Paulina en la isla de Cuba, a pesar de sus grandes restricciones económicas.
Se cuenta hoy con instrumentos de observación y medición de meteoros, así como avanzados sistemas de evaluación, que permiten advertir el comportamiento de ellos con suficiente tiempo como para advertir a la población de sus efectos.
¿Qué fue lo que ocurrió el pasado jueves 8 de octubre en el Pacífico mexicano?
* Investigadores del CIESAS y Cupreder/UAP