Fernando Benítez
De viejos y jóvenes
En otra época, no muy lejana, los viejos morían a los sesenta o a los setenta años. Hoy, con los adelantos de la ciencia médica, los viejos mueren a los ochenta o noventa años. Sólo en París hay 4 mil nonagenarios y algunos todavía trabajan. De cualquier modo, con la intervención de la medicina, se prolonga la agonía del viejo.
En la vejez se pierde la vista, el oído, la memoria y para andar nos valemos de un bastón (siguiendo lo dicho por la Sibila, la adivinadora en tiempo de los griegos, quien preguntaba: ¿cuál es el animal que primero anda en cuatro patas, después en dos y luego en tres? La respuesta es fácil: el hombre.
¿Qué debe hacer un viejo? No pensar en el pasado ni en el porvenir, sino concentrar toda nuestra energía en el hoy, en su trabajo cotidiano.
En México, la palabra viejo es un insulto. Culturalmente se vive, en la actualidad, una efebocracia. Hemos sufrido una explosión demográfica, y más de la mitad de la población son niños y jóvenes. Desgraciadamente, el futuro parece poco promisorio para los jóvenes mexicanos. El país no tiene capacidad de educarlos e integrarlos al mercado de trabajo. Da tristeza ver cómo muchos jóvenes que vienen de los estados a la capital en busca de un trabajo, al no encontrarlo pasan a engrosar las lineas de la delincuencia.
Los jóvenes son nuestra esperanza, y a la mayoría no les hemos sabido hacer lugar. Y los viejos son la voz de la experiencia y los hemos arrumbado.