Adelfo Regino Montes
La reconstitución indígena
A Floriberto Díaz y Juan José Rendón, sistematizadores de la comunalidad
Semejante a los fuertes vientos que hoy recorren las costas del sureste mexicano, el debate sobre los derechos indígenas ha escalado en dimensión y calidad las diversas esferas de la vida nacional. Contrario al dolor y la muerte que han acarreado los huracanes ya conocidos ampliamente por la opinión pública, los derechos indígenas constituyen hoy luz y esperanza para millones de indios mexicanos.
Un debate en el vacío y sin contenido tiene la gran deficiencia de perderse en el tiempo y las esperanzas nacionales. Por el contrario, el debate sobre los derechos indígenas adquiere sentido y futuro en tanto éstos constituyen el punto de partida para la reconstitución de los pueblos indígenas. Sólo así puede explicarse que frente a la sordera gubernamental por cumplir acuerdos ya signados, sigamos abocados a la enorme tarea de seguir defendiendo lo que consideramos que por justicia y por derecho nos pertenece.
Las dos últimas asambleas nacionales del Congreso Nacional Indígena en sus documentos finales nos indican claramente que, aun a pesar de la negativa gubernamental por reconocer los derechos indígenas, gran multiplicidad de pueblos y organizaciones indígenas del país ya tienen claro el camino que se habrá de seguir para la reconstitución indígena. Entre otras, las vertientes fundamentales de esta gran labor consistirán en fortalecer los siguientes aspectos de la vida indígena.
a) El poder comunal, cuyos fundamentos descansan en la llamada ``democracia directa'' y que permite a la comunidad ser partícipe directa en la toma de decisiones fundamentales de la colectividad. Aquí el mecanismo esencial es la Asamblea, en tanto instancia máxima de autoridad en el ámbito comunitario y municipal, misma que habrá que ampliar en las esferas regionales de los propios pueblos, y desde estos espacios hacer realidad la autonomía en sus distintos ámbitos y niveles. A la par, estaremos alejando los fantasmas de los cacicazgos que históricamente han sido alentados desde las esferas del poder y el dinero, y que tanto daño han hecho a nuestros pueblos.
b) La tierra comunal, en tanto forjadora y creadora de vida, merecerá de nuestra parte los esfuerzos necesarios para mantenerla y seguirla aprovechando de esa manera frente a los embates del espíritu individualista, alimentados desde los programas de gobierno relacionados con el ámbito rural. Contrario a la lógica estatal de ir individualizando paulatinamente la propiedad colectiva, de seguro el reto más importante será convertir a los ejidos en comunidades y, en la medida de lo posible, las pequeñas propiedades a alguna modalidad de propiedad colectiva, como hoy día lo autoriza la legislación agraria. A partir de nuestra base territorial podremos construir los planes y proyectos de desarrollo, concretando de esta forma la autonomía en materia económica y aminorando los posibles efectos de los grandes megaproyectos hechos a espaldas de nuestros pueblos.
c) El trabajo comunal, en tanto fuerza transformadora de la naturaleza para el crecimiento y desarrollo de nuestros pueblos. Los recursos económicos necesarios para hacer realidad la autonomía reclamada hoy día no puede provenir exclusivamente del Estado o de la cooperación internacional, sino también de las actividades económicas emprendidas por nosotros mismos guiados por el criterio de ``beneficiar esencialmente a la colectividad''. En esta dirección habrá que rebasar las fronteras comunitarias y municipales, para construir en los espacios regionales de los pueblos organizaciones económicas como la UCIRI (Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo), en Oaxaca, o MAJOMUT, en Chiapas, que asuman el proceso productivo de manera integral.
d) Educación comunal, entendida como aquel proceso de enseñanza-aprendizaje concebido y desarrollado desde la comunidad conforme a sus intereses y la cultura particular de ésta, armonizados con las prioridades nacionales y no descuidando la diversidad cultura mexicana. La llamada educación bilingüe intercultural seguirá siendo tan sólo un mito mientras los pueblos indígenas no tengamos la capacidad de concretar las ``buenas voluntades del indigenismo estatal''. De esta forma, las experiencias alentadoras de Cesder (Centro de Estudios para el Desarrollo Rural) o de la Adiasam (Academia de Derechos Indios de la Asamblea Mixe) resultarán fundamentales para alentar otras experiencias y consolidar el proceso autonómico de diversos pueblos indígenas.
En el camino de la reconstitución indígena no existen desde luego ``recetas'', pues éstas dependen de las circunstancias específicas y particulares de cada uno de los pueblos que las implementen. Lo cierto es que esta tarea de ``volver a ser pueblos de culturas completas, aunque diferentes y con un desarrollo pleno'', tendrá que retomar los elementos de la comunidad en tanto pensamiento y modo de vivencia propia de los pueblos -y no construcción del neoindigenismo estatal, como afirman algunos- a partir del cual el trabajo de la reconstitución tendrá sentido y futuro.