La Jornada miércoles 22 de octubre de 1997

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

Los tres principales partidos políticos mexicanos han entrado en un proceso de redefiniciones internas. Por un lado está la revisión de los resultados obtenidos tanto en procesos electorales como en cuestión de alianzas políticas. Por otro, la lucha entre el pragmatismo y los principios; es decir, entre la obtención del poder en sí mismo y la fidelidad a las doctrinas y los objetivos partidistas.

El PRD: crecimiento sin control

Movido por una avidez de progreso cuantitativo, el Partido de la Revolución Democrática se ha nutrido en varias ocasiones de candidatos de poca monta democratizadora pero de amplia viabilidad electoral.

Provenientes de batallas interpriístas por candidaturas, con una carga de cultura política tricolor a veces indeleble, con pocos o nulos antecedentes de luchas sociales populares, de actitudes críticas frente al poder o de referencias democráticas, algunos políticos han usado ese partido como simple vía de resolución de conflictos regionales de poder, en donde el peso electoral de esos personajes es sustraído al PRI para cargarlo hacia el PRD.

Presentados sin contexto los saldos de esos procesos electorales, el PRD puede presumir así de avances numéricos pero, en la realidad, sus principios doctrinarios no se pueden dar por bien servidos en los casos en que se postulan candidatos -luego funcionarios o representantes- que utilizan el emblema del sol azteca como mero pasaporte provisional hacia el poder.

Ese pragmatismo, que da buenos resultados en cuanto a manejo global de imagen de crecimiento, y apreciables dividendos respecto de la asignación de financiamientos partidistas, no ayuda, sin embargo, a la consolidación real del PRD como una instancia política seria y responsable, y sí, por el contrario, crea las condiciones para las divergencias, los desacuerdos, las rupturas o, aún peor, la exhibición pública de los zurcidos internos.

Derrotado con malas artes en Tabasco el perredismo fundacional, de compromiso y lucha, y triunfador el advenedizo perredismo dantesco en Veracruz, la cúpula nacional ha entrado en un proceso de análisis y redefinición de cara a las elecciones del año próximo, cuando tendrá que decidir entre seguir con las alianzas políticas sin compromiso ideológico pero con viabilidad electoral, o luchar con candidatos y propuestas propias aunque los resultados no sean tan engañosamente exitosos como algunos de ahora.

AN: subrayar su identidad diferencial

Los conflictos entre pragmatismo y doctrina son ampliamente conocidos en el PAN. Las divergencias internas más importantes en el panismo se han dado justamente en ese tenor, y son memorables tanto la incursión empresarial derivada de las políticas estatistas de José López Portillo (marcadamente la nacionalización bancaria) como la etiquetación guerrera de muchos de esos entonces neopanistas llamados Los bárbaros del norte, que luego llegaron a ser gobernadores, senadores y diputados.

Frente a la irrupción empresarial norteña se levantaron voces internas en demanda de respeto a estatutos y principios. Los doctrinarios fueron barridos por el éxito del pragmatismo, y algunos cuadros básicos del panismo tradicional prefirieron renunciar a su partido y pasarse a otros como el Demócrata Mexicano y el de la Revolución Democrática.

Hoy, aun cuando continúan las divergencias internas entre pragmatismo y doctrina, los panistas están más interesados en resolver el problema derivado de la confusión de identidad que han permitido en aras del bloque opositor dominante de la Cámara de Diputados. De siempre, al panismo le ha preocupado que se le entienda asociado con el PRD y que, en esa confusión, pierda justamente identidad.

Hay panistas influyentes que creen que esa promiscuidad ideológica podría llevar al PAN a perder la confianza de su electorado tradicional y a menguar sus posibilidades de crecimiento entre los votantes jóvenes. Por ello se ha desplegado una clara campaña cupular para destrabar el posicionamiento de subordinación que creó el protagonismo de Porfirio Muñoz Ledo, y para reasumir una actitud de múltiples posibilidades de asociación que lo mismo le lleven a votar junto al PRD que junto al PRI, dependiendo de las circunstancias y de las particulares estrategias del panismo.

PRI: madracismo o democratización

En el PRI no hay experiencia de vida democrática, de tal manera que los genuinos balbuceos de autocrítica no cobrarán fuerza sino hasta que se anuncie la asamblea nacional, en la que el punto principal de la agenda será la propuesta de suprimir los llamados candados con los que en la asamblea anterior se cerró el paso a las candidaturas presidencial y de gubernaturas a militantes sin antecedentes de cargos de elección popular.

Pero, desde ahora, a propósito del madrazo de Tabasco, se comienza a tejer una red de apoyo al endurecimiento priísta, mientras que por el otro lado corrientes de toda índole, como la de los senadores galileos, revisan su postura a la luz de la exitosa aplicación del golpe seco en lugar de la suavidad transicionista.

Astillas: Es de agradecerse el envío de algunas de sus obras que a esta columna hace el doctor en derecho Eduardo López Betancourt, quien busca que en su lectura se encuentren mejores elementos para conocerle. En la misiva hecha llegar a esta sección el doctor dice: ``espero algún día `me perdone la vida' por haber hablado mal de los `Jorges' y del doctor De la Barreda, destacados patriotas a quienes todos debemos rendir pleitesía por el bien que han hecho a nuestro país''. Además, agradece la ``irónica mención'' que sobre su persona se hizo en anterior fecha... El senador Humberto Mayans ha mostrado la difícil convivencia de los superiores intereses de la democratización política con las naturales aspiraciones políticas regionales. Farol galileo y oscuridad en Tabasco, Mayans ha defendido con vigor a Roberto Madrazo Pintado y a su estilo electoral recién mostrado, y de esa forma también ha defendido su viabilidad como eventual candidato priísta a la gubernatura. Puestos que fueran en situación parecida muchos de los democratizadores galileos, tendrían que asumir posturas antidemocráticas en cuanto a la política estatal, pero podrían seguir pronunciando enjundiosos discursos de corte nacional o internacional en favor de la transición democrática...

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