El Instituto Federal Electoral, en manos de consejeros ciudadanos pasó bien su primera gran prueba desde la última reforma al Código Federal de Instituciones y Procesos Electorales. Después de las elecciones del 6 de julio de este año, aparentemente todos quedaron satisfechos; al menos, ningún partido político reclamó o si lo hizo, fue con moderación y sin la cadena interminable de acusaciones y pruebas de fraude electorales de otras ocasiones.
Cambió mucho el mundo de la política: el PRI perdió las elecciones del Distrito Federal, de Querétaro y de Nuevo León; la Cámara de Diputados quedó conformada por una mayoría de grupos de oposición; aparentemente, vuelvo a usar la palabra, se inició el camino sin retorno a la democracia.
Sin embargo, hay señales, nubarrones oscurecen el cielo ayer apenas azul. Autoritarismo en aumento, violencia, mala fe de los que dejan el gobierno de la capital, más o menos desmantalado para complicarle la vida a Cuauhtémoc Cárdenas, acusaciones de fraude en Tabasco y en Veracruz, y desde Gobernación se intentó detener la instalación diferente y legítima de la Cámara de Diputados.
Y en medio de este ambiente tenso en el que forcejean quienes quieren que el respeto al voto se consolide y se convierta en una práctica normal y definitiva y los que añoran el viejo sistema de control y simulación, el Consejo General del IFE se enfrasca en una discusión a mi ver importante. Se trata de dejar o de quitar al secretario ejecutivo que, junto con el resto de los numerosos integrantes del Instituto, participó en las elecciones casi ejemplares.
El presidente del Consejo quiere que Solís Acero continúe en su cargo. La mayoría de los demás consejeros pretende que este controvertido personaje deje su cargo a alguien nuevo, recién llegado, más de la confianza de los ciudadanos metidos a organizadores de elecciones.
José Woldenberg está en la encrucijada. Sus compañeros pretenden cambiar a quien encabeza la estructura ejecutiva del IFE, a quien está al frente del equipo de funcionarios que verdaderamente tienen en sus manos los procesos electorales. Los consejeros pretenden que sea efectivamente el Consejo del que forman parte, el que asuma la dirección de la estructura, hoy en manos del secretario ejecutivo.
De lo que resulte de este proceso de acomodación social en el IFE --proceso en el que algunos ven detrás de Solís Acero la mano de Gobernación-- dependerá que los cambios alcanzados se consoliden y se avance en otros.
De Woldenberg, único integrante del Consejo que pudo saltar el obstáculo de la no reelección del cargo y pasó del Consejo anterior al actual, se tiene una buena impresión; su carácter de intelectual, su participación en el movimiento del 68 y su seriedad en las polémicas en que participó hace unos años, sustentan su fama. Hoy tiene que pensar muy bien en lo que hará y cómo lo hará, puesto que de su decisión depende en buena parte, que la credibilidad que han adquirido los procesos electorales se mantenga.
Adelanto una hipótesis metafórica, quizás sin fundamento, pero en la que se manifiesta gráficamente la duda de muchos mexicanos. Todo mundo sabe que los buenos jugadores de billar con sus ``clientes'' novatos, se dejan ganar una partida o dos para que éstos tomen confianza y luego, cuando la apuesta ha engordado, sacan todas sus mañas y todos sus recursos y se llevan el juego importante. El 2000 está a la vuelta de la esquina, creo que sería bueno que no nos sorprendieran con un campeón de carambola a tres bandas como contrincante en el importantísimo proceso electoral de ese año. En mi opinión, si los consejeros o más bien, el Consejo del IFE, como cuerpo colegiado tendrá bajo su responsabilidad las futuras elecciones, es natural que busquen un operador de todas sus confianzas y que juegue en su equipo, no en el equipo de otros.