Si el huracán ha mostrado el cobre y el oro, también ha mostrado desnuda la lógica de mercado. El disparo de los precios de los básicos en las localidades aisladas es la forma en que en el mercado se equilibran la oferta y la demanda. Los estudiosos de las hambrunas han mostrado que no es la escasez absoluta de alimentos la que produce la muerte por hambre, sino el deterioro brusco de la relación entre el precio de los alimentos y los ingresos de las personas. Es decir, la muerte por hambre es un efecto secundario de la operación de los mercados.
Vienen a cuento aquí dos reflexiones. La primera, estimulada por la lectura de G. Loaeza (Reforma, 14/10/97), se refiere a la forma en que se está expresando una de las paradojas del sistema de propiedad privada (las grandes carencias al lado de la abundancia): miles de cuartos de hotel vacíos en los centros turísticos afectados mientras los damnificados, en el mejor de los casos, están hacinados en albergues improvisados. En las hambrunas, la gente muere de hambre al lado de almacenes repletos de granos. Los hoteleros de Acapulco, naturalmente, no han ofrecido sus instalaciones para los damnificados (ni del huracán ni de la vida), así como los dueños de los granos en las hambrunas no los regalan a los hambrientos. De este modo, la responsabilidad moral antes referida parece escapar a los empresarios.
La segunda reflexión se asocia con la crítica de Thompson a la doctrina del laissez faire de Adam Smith, desarrollada en el siglo XVIII y fundamento del neoliberalismo. Apunta tres deficiencias: 1) Es doctrinaria y antiempírica. No le interesaba saber cómo funcionan los mercados, al igual que a sus seguidores actuales tampoco les interesa. 2) Sostuvo que los precios altos eran un remedio (doloroso) para la escasez, al hacer que los abastos fluyeran a la región afectada por ésta. Pero lo que atrae la oferta no son los precios altos sino gente con suficiente dinero. ¿Será por esto que no llegan los helicópteros? 3) El más desafortunado error fluye de la metáfora de Smith sobre los precios como forma de racionamiento. Al comparar al comerciante que sube sus precios con el capitán de un navío que raciona a su tripulación, hay una sugerencia de distribución equitativa. Hay un truco ideológico en el argumento, ya que el racionamiento por precios no asigna los recursos igualmente entre los que se encuentran en necesidad; reserva la oferta para aquellos que pueden pagar el precio y excluye a los que no pueden hacerlo. Los motines alimentarios en la vieja Inglaterra fueron una protesta, y quizás un remedio, contra este racionamiento socialmente desigual del bolsillo (Customs in Common, pp.283-285).
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