Paulina y sus secuelas presta su tela para que muchos la recorten. El Presidente ha sido un destacado actor del escenario; ciertos medios de comunicación, al descubrir la parte sensible de su persona, lo proyectan al santoral de los conductores en el campo de los sufrimientos. La pronta y generosa solidaridad de los mexicanos se labró, desde los primeros momentos de la catástrofe, el probado lugar que le corresponde y, gracias a ella, las más ingentes necesidades se mitigaron. La crítica superficial (catalogada así por el doctor Zedillo) y la que no lo es tanto, se lanzó a recordar lo predicho y a no olvidar lo sustantivo: las profundas y dolorosas desigualdades manipuladas por el clientelismo y la voracidad. Desde variadas posturas y grados de indignación, la academia, los profesionales de la ecología, del urbanismo, de la prevención de desastres, varias ONG, los preocupados por la pobreza y los derechos humanos que se han abierto un lugar en la prensa y la radio, se dieron a la tarea de engrosar el alegato público en busca de las responsabilidades privadas y oficiales que, sin embargo, se van diluyendo con los días.
Aunque en los entretelones o a la distancia, también los partidos políticos aparecieron para defender sus propios ámbitos de acción. Los mismos liderazgos locales, formados por la dilatada intermediación entre la necesidad y la codicia, se movieron para cobijar de la mejor manera sus intereses, al tiempo que obstaculizaban los trabajos tan arduos y perentorios del salvamento y la normalización en ciernes. Los empresarios acapulqueños, agrupados en cámaras y ralas asociaciones incapaces de montar operativos que conciten la concurrencia del resto de la sociedad, finalmente se hicieron oír. Algunos notables del puerto, ya bien curtidos en la poquitería de sus negocios momentáneos pero redituables, renovaron sus estériles pronósticos, ofrecieron su achicada colaboración y partieron presurosos a revisar sus cuentas.
El activismo que numerosos como articulados agentes ciudadanos han mostrado, y sin duda acrecentarán, va puliendo voces y decantando actores deseables en la disputa por moldear la comprensión del desastre y la serie sucesiva de eventos que después se han desencadenado.
Como se ve, se quiere y requiere de toda esta abigarrada concurrencia para sembrar y reproducir el capital social que permita enfrentar, de mejor forma, las eventualidades de la naturaleza. El capital acumulado de la sociedad, es decir, su organicidad, diversidad, cohesión, solidaridad, comprensión de los sucesos y liderazgos propios, es el ingrediente indispensable para procesar y encauzar el salvamento y, sobre todo, la reconstrucción sobre bases distintas a las que, por desgracia, se tenían.
Poder definir estrategias para el manejo de éste o similares fenómenos que se vienen dando en el ámbito colectivo de la nación, y no sólo en las costas de Guerrero y Oaxaca afectadas por el huracán, no es un asunto exclusivo del gobierno. Dejar las cosas nuevamente en manos de un presidente municipal, gobernadores (aun cuando actúe como Diódoro), de directores de empresas públicas, secretarios del Presidente o de éste mismo, sería inconveniente y francamente regresivo. Una cosa está clara, ello concierne a muchos más, y entre más sean mejor, muy a pesar de las pretensiones del gobierno, principalmente en su nivel federal, de apropiarse de los criterios y micrófonos para dictar e imponer su visión y mando.
La población costera de Guerrero y Oaxaca enseñó, sin recato alguno, su desmovilizada energía. Años de ignorancia, postración, represiones ciertas, simulación y abandono han dado al traste con la incipiente organicidad que le aportara su pasado indígena, campesino y comunal. Sobre esto último se debió fomentar su endógeno interés para que fueran cimentando la parte que les corresponde de su destino, que es casi todo.
El esfuerzo del presidente Zedillo no es despreciable. Al contrario, bienvenido por varios lados. Uno, porque recuerda la solidaridad obligada del poderoso. Permite además localizar recursos disponibles y puede ayudar a su empleo inmediato y, también, porque presenta un mando unificado para la coordinación de los trabajos si en ello evita avasallar a otros. Falta por ver su capacidad para visualizar salidas de envergadura que requieren de perseverancia, talento e imaginación. Los que no son tolerables son los árbitros inapelables y las corporaciones que inhiban la participación de las fuerzas que deben construir la prosperidad de la nación sobre bases participativas y no a golpes de presupuesto, jueces rigurosos con los demás y burocráticas complicidades.