La trifulca que se ha desplegado en los medios de comunicación, a consecuencia de la solicitud que seis consejeros electorales del IFE le formulamos a José Woldenberg para evaluar el papel del secretario ejecutivo de la institución, no se corresponde ni con la importancia propia del asunto, ni con lo que realmente está ocurriendo. Por supuesto que es muy digna de consideración la alerta que han encendido los casi sesenta reporteros y analistas que se han ocupado en los últimos días de las diferencias que mantenemos al interior del Instituto. Pero tengo para mí que el tema no sólo ha hecho correr más tinta de la que amerita, sino que además ha estado recargada de adjetivos, pésimos humores y mucha mala fe.
La interpretación más lamentable es la que ha planteado las diferencias entre Woldenberg y los consejeros electorales que pedimos esa evaluación en términos de amigo-enemigo, con causas y aliados de uno y otro bando, exagerando el tono, como si todo el futuro de la vida democrática de México dependiera de la suerte de un funcionario electoral. Si nos dejáramos llevar por esa ruta, daríamos al traste con la manera en que se diseñó el nuevo Consejo General del IFE. No podemos aceptar alianzas automáticas por razones de lealtad, a la vieja usanza, ni tampoco convertirnos en enemigos de nosotros mismos. Los consejeros electorales no podemos reproducir esa mecánica política, entre otras razones, porque no fuimos nosotros quienes decidimos con quiénes habríamos de compartir la responsabilidad del cargo: varios nos conocimos siendo ya consejeros electorales en funciones. Y sin embargo estamos obligados a trabajar juntos, tema por tema: forjar decisiones colectivas, consultadas y transparentes, sobre la base de la ley y la razón, con los principios a los que estamos obligados y a partir de posiciones naturalmente diversas.
Por lo demás, la interpretación del amigo-enemigo no es consecuente con la postura que ha asumido José Woldenberg desde que asumió la presidencia del IFE, ni con los datos que se desprenden de las decisiones tomadas hasta ahora. El consejero presidente ha sido el primero en negarse a construir mayorías prefiguradas o a ``dictar línea''. En sus propios términos: ``el IFE requiere de un Consejo General activo, que delibera genuinamente, que analiza y vota cada asunto por sus méritos, que no acepta la separación en bandos, y cuyo principio de operación política es la búsqueda del consenso''. En efecto, ``toda la construcción institucional del IFE está ideada para funcionar bajo ese principio (de la búsqueda tenaz de los consensos): discutir para incluir, sumar, argumentar para convencer y generar acuerdos que sean asimilados y asumidos por todos''. Y precisamente de eso trata la evaluación que hemos pedido.
Por su parte, José Woldenberg ha dado muestras palpables de su gratitud y de su afecto hacia Felipe Solís, el secretario ejecutivo que se ha convertido en el centro de todo este debate. Y nadie en su sano juicio podría reprocharle esa actitud. Pero la evaluación que solicitamos no tiene que ver sino con el funcionamieto de una institución que está obligada a reforzar sus estructuras y su funcionamiento para afrontar con éxito el desafío de las elecciones presidenciales del año 2000. Se trata de ``deliberar genuinamente'', sin argumentos de autoridad prefigurados, en busca de la ruta más adecuada para cumplir con las obligaciones que nos impone el diseño institucional del IFE. El actual Consejo General ha tomado más de 170 acuerdos desde noviembre de 1996 hasta la fecha, y la gran mayoría ha logrado la unanimidad de los votos después de muy arduas e intensas deliberaciones. No es la primera vez que nos enfrentamos a una discusión difícil, con posiciones divergentes. De modo que es inútil seguir echando leña al fuego.
En cualquier caso, los seguidores de la línea amigo-enemigo han perdido el hilo de las cosas. No hay duda alguna sobre el liderazgo institucional de José Woldenberg, ni tampoco la más mínima necesidad de seguir afilando los perfiles de esta discusión, que habrá de resolverse en casa. Los consejeros que solicitamos la evaluación del secretario ejecutivo le entregaremos nuestros argumentos al propio José Woldenberg para ``discutir el asunto por sus méritos'', y seguramente llegará el momento en que esta penosa situación ya no le siga quitando espacio a otros temas de mucha mayor envergadura y apremio dentro de la agenda política de México.