León Bendesky
Epicentro en Hong Kong

Otra vez son los mercados asiáticos los que están en el centro de la turbulencia en los mercados financieros. Hace apenas unas semanas fue el ataque en contra del baht tailandes y el asunto, como se ve, no quedó ahí. Es evidente que existe una fragilidad intrínseca en los mercados de dinero y capitales alrededor del mundo. Esta nueva manifestación de la vulnerabilidad del hipertrofiado mercado se ha ido construyendo desde la última crisis financiera de 1987, pero el auge de la especulación y el entusiasmo de las ganancias financieras han logrado acallar no sólo las advertencias que algunos hacen sobre los límites del proceso, sino que han podido posponer hasta lo poco que queda de prudencia.

Los hechos son los siguientes: en la jornada del 23 de octubre el índice Hang Seng de la bolsa de valores de Hong Kong cayó 10.4 por ciento, lo que significa la caída más grande en puntos en la historia de ese mercado y la mayor reducción porcentual desde la crisis de octubre de 1987. Esto se adjudica a la elevación de las tasas de interés por parte del banco central para frenar la demanda de dinero y reducir la especulación en contra el dólar local. Para ello, las tasas de interés interbancarias subieron de 7 por ciento a 150 por ciento, y la tasa de referencia de los bancos comerciales aumentó 0.75 por ciento situándose en 9.5 por ciento. La especulación contra el dólar de Hong Kong, al igual que ocurrió antes en contra del baht, está en el centro de esta nueva crisis. Los efectos de esta fuerte baja del mercado accionario se transmitieron rápidamente alrededor del mundo. En Tokio y Londres las bolsas cayeron 3 por ciento, en Francfort 4.6 por ciento, en París 3.4 por ciento, el Dow Jones en Nueva York 2.3 por ciento, en Brasil 8.1 por ciento y el IPC en México 4.5 por ciento. Esto ocasionó una masiva transferencia de recursos hacia otros instrumentos de inversión (un tránsito hacia una mayor calidad de los títulos, dicen los analistas) y, así, los bonos en Estados Unidos registraron su mayor alza en precios desde hace más de un mes, el volumen de transacciones llegó a 82 mil millones de dólares, lo que representa 72 por ciento por encima del promedio de operaciones para un día, tomando como referencia las operaciones que se registraron en el último trimestre del año pasado. Mientras tanto, en los bonos con vencimiento a dos años se redujeron los rendimientos en 10 puntos base para ubicarse en 5.77 por ciento. Una situación similar se ha presentado en los mercados de bonos europeos sobre todo con las alzas de los precios de los bunds alemanes y los guilts ingleses.

El entorno de lo ocurrido ayer en los mercados está dado por la serie de devaluaciones ocurridas recientemente entre las monedas asiáticas, y que ha afectado además de Tailandia a países como Malasia, Singapur, Taiwán y Filipinas. El único país de esa región que todavía mantiene su moneda ligada al dólar estadunidense es, precisamente, Hong Kong, y las autoridades monetarias han manifestado su intención de proseguir con esa medida. Habrá que ver si las repercusiones de este choque bursátil y el castigo que produce el embate contra la moneda lo hacen posible. El asunto que se pone de manifiesto con la crisis del día 23 es, entonces, el de la incompatibilidad del crecimiento de los mercados de capitales con la vigorosa especulación en los mercados de dinero. Una vez que los corredores de divisas ponen en la mira a una moneda descargan toda la fuerza de los enormes recursos que administran para realizar fuertes ganancias en un muy corto plazo. Pero, finalmente, estas son también las reglas del mercado y la riqueza que se genera mediante el alza de los precios de las acciones tiene un carácter nominal que puede no materializarse. Lo que se pone en juego es la capacidad de las economías de mantener el crecimiento de la producción, del empleo y de los ingresos. Lo que debe quedar claro es que la economía internacional no está inmunizada contra otra crisis financiera como la ocurrida hace exactamente 10 años.

Lo que debe entenderse es que no puede inflarse indefinidamente el precio de las acciones, tal y como ha ocurrido durante los últimos dos años y medio, y que ha significado que tan sólo en Estados Unidos se haya añadido un valor de 5 billones de dólares a ese mercado. Lo que tiene un límite es la posibilidad de transferir la inflación del mercado de bienes y servicios al de capitales, y si Alan Greenspan no queda como un nuevo Jeremías.

Queda ahora por ver de qué manera se ajustan los mercados ante la caída registrada y, también, cómo se reacomodan las expectativas de los inversionistas ante la evolución inmediata de los indicadores financieros. Hay un límite a la capacidad de distribuir los riesgos entre los diferentes mercados del mundo, y ese límite tiene que ver con la rapidez con que se transmiten los efectos de la baja de un mercado en los demás. La caída de la bolsa de valores de México es un caso al respecto. Después de las alzas registradas recientemente, la inestabilidad puede alterar los flujos de inversión y modificar los patrones de las tendencias accionarias, concentrando más los recursos financieros. Lo que es notorio es la fortaleza que sigue mostrando el peso frente al dólar. En la jornada de ayer el tipo de cambio interbancario cerró en 7.80 pesos mientras el día anterior cerró en 7.72.

La estabilidad de la moneda no parece responder solamente al aumento de la oferta de dólares que se contabilizan como inversiones externas.

Las repercusiones de las turbulencias financieras como la que tiene ahora su centro en Hong Kong se extienden sobre las condiciones generales del funcionamiento de las economías, es decir, afectan adversamente la dinámica de la producción y el patrón de la distribución de los recursos. Esto se aprecia, especialmente, en el caso de las llamadas economías emergentes, y la capacidad de los gobiernos para contener los efectos adversos de la especulación es bastante limitada. Habrá que seguir con atención la forma en que esta crisis se exprese en la actual estabilidad de las variables financieras en México y de las que depende que se consigan los resultados esperados de la política económica.