Estos dos viajes suceden en Sudamérica. Ambos contemplan la posibilidad de encontrarse con El Dorado, aquel paraíso mitológico cuajado de oro, ubicado en ciertas coordenadas imposibles por el rumbo del Amazonas.
El Dorado de Alejo Carpentier no es de oro, sino de diamantes (debería llamarse El Brillante) y juega un papel secundario en el viaje. En cambio El Dorado, de Werner Herzog, es el motivo del viaje. El de Alejo es una novela Los pasos perdidos. Un estudioso de la música se interna en la selva en busca de instrumentos musicales antiguos, se trepa en una curiara, especie de canoa mínima, y viaja por río hasta su destino. La perspectiva de este musicólogo empieza a transformarse; conforme se interna en el río y en la selva, se va desprendiendo de sus lastres occidentales: la luz eléctrica, las maletas, el dinero y por último Mouche, su novia, quien es recalcitrantemente europea y hace cortocircuitos espirituales al untarse Channel 5 para quitarse las fechas que le deja la maleza.
El viaje del musicólogo termina en donde empieza su nueva vida, en Santa Mónica de los Venados, comunidad en la jungla, donde pretende fincar su Corazón y sus Tinieblas. Seguir con la historia sería revelarla. Baste un pasaje escalofriante de la navegación a bordo de una curiara: el musicólogo abandona Santa Mónica, remonta varios días de río, luego varias horas de vuelo hasta que llega a la civilización. Seis meses más tarde pretende regresar a Santa Mónica por el mismo río. Se embarca en la curiara y al llegar a cierto punto empieza a buscar el tronco de árbol donde estaba la marca que indicaba la desviación hacia un afluente estrecho, o caño, como lo llama Carpentier. Y en donde debían sobresalir los árboles, sobresalían puros arbustos. El remero que lo conduce, al notar su desconcierto, le dice que esos arbustos son los árboles con tres metros de crecida de río encima y en esas condiciones, encontrar la marca en el tronco, era tarea imposible. La entrada del musicólogo al paraíso queda, por lo pronto, clausurada.
Los efectos de otra crecida de río similar sorprendieron a la tripulación agonizante de Lope de Aguirre: en la orilla del río, enredado en la copa de un árbol enorme, colgaba un velero completo. ``Debemos estar delirando, este río no puede crecer hasta allá arriba'', dijo uno de los soldados. Como todos venían efectivamente delirando, nadietuvo el tino de preguntarle: ``¿y entonces cómo carajo subió ese velero hasta allá?''. Esta es una escena de nuestro segundo trayecto en río: Aguirre, la ira de Dios, navegación de Herzog, tras los tesoros de El Dorado.
En 1560 una fracción del ejército de Pizarro se embarca en una balsa al mando de Pedro de Ursúa. Pedro pierde el mando en ese río caudaloso y la expedición, la balsa y la película quedan a cargo de Klaus Kinski, que es Lope de Aguirre. La dirección de Herzog, sorteando rápidos, remolinos y flechas envenenadas, con lujo de cámara al ras del agua, es una memorable navegación por río. A bordo de la balsa, que tiene dos tejavanes, navegan Inés, la mujer de Pedro (Helena Rojo); Flores, la hija de Aguirre (Nastasja Kinski, hija de Klaus Kinski, el embajador de El Dorado); Gaspar de Carvajal, el monje-escritor que narra la historia; varios soldados, varios indígenas, un negro que sirve para espantar a los indígenas y para traducir la lengua de los soldados, y un caballo que al rato es arrojado al agua, como saldo de una rabieta de Aguirre.
Otra vez, la vida de los navegantes va cambiando a medida que se internan en el río, que a su vez se interna en la selva. Este río es más caudaloso que el de Carpentier y la transformación de los navegantes es más definitiva: todos, menos Aguirre, mueren a bordo. Antes de la transformación final, se oyen gritos de aborígenes, dentro de la selva que encierra al río: ``¿qué gritan ahí?'', pregunta Aguirre: ``Carne viene nadando'', responde el negro que era traductor y espantador de caníbales.
Horas después del velero en la copa del árbol, Aguirre se queda solo en la balsa, acompañado por los cadáveres que eran el resto de su ejército. Su hija Flores había sido la última en morir. Convencido de que todavía hallará El Dorado, Aguirre, en la proa de su navío maltrecho, lanza dos sentencias desmedidas para el único que, en medio de ese río caudaloso, puede oírlas: él mismo. ``Cuando lleguemos al mar haremos un barco y navegaremos hasta quitarle la corona a España, y México a Cortés''. Herzog manda su cámara a que sobrevuele en círculos la balsa, la popa esta ocupada ahora por una multitud de micos que depredan los cadáveres. Aguirre continúa: ``Me casaré con mi hija, fundaré esa dinastía que nunca ha visto la tierra. Juntos gobernaremos el continente.
¿Quién más está conmigo?''
La cámara de Herzog se aleja de la bolsa, gana altura y desde ahí contempla el río que es, al parecer, interminable.