Luis González Souza
Globalización tramposa

¿Cuál es la aplicación moderna, en las arcaicas relaciones México-Estados Unidos, de ese dechado de cinismo que es el: hágase justicia, pero con los bueyes de mi compadre? Si la potencia vecina optara por la franqueza, las respuestas serían: ¡hágase la globalización de todo, pero no de mis leyes migratorias!... ¡Viva el mercado global, excepto el mercado laboral!... ¡Mueran las soberanías nacionales, salvo la mía!

Y si fuese cierto eso de que el valiente es valiente hasta que el cobarde quiere, ¿dónde está la culpa última de una vecindad montada en el cinismo y la prepotencia? Respuesta: en la autocensura del gobierno mexicano. Este, por ejemplo, todavía hoy no se anima a desmontar la falacia de la soberanía que sirve a Estados Unidos para manipular a su antojo el fenómeno migratorio. No se anima a subrayar la naturaleza global (y estructural) de la migración, para enseguida reclamar, con toda legitimidad, una política conjunta entre el país expulsor de migrantes (México) y el país que los atrae (Estados Unidos).

En ausencia de una política tal, lógicamente la gran potencia seguirá asustando, y con ello explotando más, a nuestros trabajadores migratorios. Así lo vuelve a hacer con la amenaza de la deportación, esta vez so pretexto de aplicar la Enmienda 245 (i). Pero el Tío Sam también tiene su corazoncito, si bien nunca exento del coqueteo monetario: para no perder el ingreso (unos 200 millones de dólares al año) por multas a quienes buscan legalizarse, la aplicación de tal enmienda ha sido prorrogada por el generoso lapso de... dos semanas más (el próximo 7 de noviembre, otra vez a temblar los héroes anónimos de la prosperidad norteña).

Muy diferente, arbitrariamente distinto, es el caso de la lucha antidrogas. Aquí sí se acepta --en estos mismos días el Grupo de Contacto de Alto Nivel termina de cocinarla-- una estrategia conjunta para encarar el fenómeno del narcotráfico, sin duda también de alcance global. Aquí a nadie se le ocurre escudarse en la soberanía nacional para eludir responsabilidades. Aunque, a decir verdad, la soberanía de México queda muy maltrecha si admitimos que tal estrategia, más que conjunta, es una imposición de Estados Unidos.

El delicadísimo asunto de la extradición de narcotraficantes, que en Colombia ya mostró su potencial explosivo, tal vez sea el botón de muestra más reciente y significativo. Tradicionalmente, Estados Unidos había exigido la extradición incluso de narcos mexicanos, a lo que México siempre se había negado. Ahora nos enteramos de un enésimo triunfo estadunidense, si bien disfrazado con las argucias de la diplomacia: de ahora en adelante sí habrá extradiciones, pero sólo de carácter ``temporal'' (cualquier cosa que eso importe). Y además, se dice, no es otra imposición del vecino sino una iniciativa ingeniosa, o acaso brillante, del gobierno mexicano (ver La Jornada, 24-X-1997).

El contraste es tan claro como injustificado. Aunque la migración y el narcotráfico son ambos fenómenos de alcance global, es decir que trascienden las fronteras nacionales, su tratamiento a cargo de los gobiernos de México y Estados Unidos es por demás distinto. Para la lucha antidrogas ya prácticamente camina una estrategia conjunta; de hecho ya hay ``Fuerzas Binacionales de Tarea'' en la frontera. En cambio, al encarar el asunto migratorio, lejos de haber ya no digamos una estrategia sino una simple política conjunta, sólo truenan los chicharrones de la ``soberanía'' estadunidense. Al tiempo que, en México, sólo truena el vergonzante silencio de la autocensura.

En suma, parece decirse (y aceptarse) qué viva la globalización, si de drogas se trata; pero viva la soberanía en cuestiones migratorias. ¿Es necesario repetir que con una vecindad así de absurda y arbitraria, jamás la globalización arrojará frutos importantes para México ni, a la larga, para Estados Unidos?

O los gobiernos de ambos países se ponen las pilas, o no quedará más que cambiarlos. Ellos tienen la palabra... hasta que dure la paciencia de la sociedad en ambos lados de la frontera.

¿Queremos globalización? Bien, pero que no sea tramposa.