La Jornada domingo 26 de octubre de 1997

Horacio Flores de la Peña
Los viajes presidenciales

Desde que los neoliberales detentan el poder, y sobre todo desde el sexenio pasado en que entramos al primer mundo y liquidamos la deuda externa a los acordes del Himno Nacional ¡faltaba más!, los viajes presidenciales son cada vez más inútiles, y a veces hasta negativos a los intereses nacionales.

Esto se debe a que: a) en los últimos 20 años el mundo ha cambiado mucho, y México también; b) se convirtió a los presidentes, de estadistas en agentes viajeros, y c) la globalización ya no permite guardar la basura bajo la alfombra. Los tecnócratas, herederos de los científicos porfirianos, viven aterrados por el qué dirán de nosotros en el extranjero, y sin embargo se enfrentan a una realidad que los ha rebasado.

Ahora las actitudes de los países cambian a gran velocidad y, con frecuencia, en contra nuestra. En el pasado nos protegió el escudo de una política exterior digna e independiente, que alcanzó su mayor auge con el gobierno de Lázaro Cárdenas, por su independencia, su nacionalismo y la solidaridad que siempre demostramos con los pueblos oprimidos de la Tierra y con los refugiados, a quienes se brindó una mano pobre pero generosa. Los tecnócratas pueden pensar que estos son problemas del pasado, pero la dignidad no tiene tiempos.

La posición política de México cambió radicalmente en este periodo. Antes, a pesar de nuestros defectos y limitaciones, éramos el modelo bueno de América Latina, pero en la mayor parte de estos países se establecieron gobiernos más libres y democráticos que el nuestro. Ahora ante el mundo nos presentamos como lo que somos y la comparación no nos favorece. Esto el gobierno no quiere admitirlo y es muy inquietante porque complica nuestra defensa, en el exterior y en los foros internacionales.

Cuando se nos acusa de violar los derechos humanos y de que hay una gran corrupción, no podemos reaccionar en forma simplista, escondiéndonos detrás de la faldas del nacionalismo y de nuestra legislación tan avanzada en la materia, cuando adentro y afuera se sabe que ésta no se cumple. No tiene caso seguir haciendo un discurso hueco, sin contenido ni objetivos precisos, como si el único propósito fuera escuchar el eco que viene del silencio.

En Europa se conocen las violaciones a los derechos humanos, y las organizaciones que acá el gobierno despreció tienen una gran influencia. También se conoce el problema indígena y se le apoya, primero porque tienen razón; segundo, porque superan en inteligencia a los interlocutores de Gobernación; y tercero porque tienen mejores relaciones públicas que el gobierno.

Después de la caída de los países socialistas, los europeos se quedaron sin víctimas a quienes defender, y los problemas indígenas les vinieron como anillo al dedo. Era un problema humano y una política pacífica y no violenta, justo lo que necesitaban para calmar sus conciencias por ser los países más racistas y los que lo habían ejercido con mayor crueldad, no sólo en Europa sino también en América Latina, donde provocaron el más grande genocidio de la Historia. ¿Cuántos éramos cuando llegaron los europeos y cuántos quedamos?

Otro factor negativo es que desde el sexenio pasado se estableció la moda de que los presidentes visitaran otros países pero no como estadistas, sino como agentes viajeros que iban a ``vender'' a México, y sus colaboradores competían entren ellos para ver quién viajaba más, como si fueran azafatas de alguna línea aérea.

Los viajes presidenciales no promueven comercio ni inversión. Resultan, en este aspecto, relativamente inútiles. No lo agradecen los empresarios de allá ni los de aquí, que a pesar de los favores recibidos seguirán lanzando gruñidos de economía light, para que se vea que no están agradecidos ni satisfechos.

Estos viajes deben servir para defender los intereses vitales de México y establecer entendimientos de gobierno a gobierno, por eso debe ir el Presidente como jefe de Estado y no como vendedor viajero; sus colaboradores deben protegerlo de cualquier agresión. México debe presentar un Presidente respetado y respetable; que esto ocurra así, es una responsabilidad de los colaboradores que lo acompañan.

Por eso resulta inaceptable que el servicio exterior y el embajador fueran incapaces, en Francia, de preparar una reunión que no debió ocurrir en esas condiciones. Ojalá y en Estados Unidos no pase lo mismo.

No se puede negar que hay corrupción en México, pero no somos los únicos, y Estados Unidos no es ningún espejo de buen comportamiento. En este proceso siempre hay uno que da y otro que recibe, y la parte débil es la del país más pobre.

En cuanto al narcotráfico, ese problema no lo creamos nosotros sino ellos. Está bien que nos acusen de ser el trampolín de la droga, pero ellos son la alberca, y como dijo el Presidente en Guadalajara, en vez de certificarnos nos deberían indemnizar y pedir disculpas por el daño que nos causa vivir al lado de un país narcodependiente.

En el problema de la migración poco se tiene que decir; esos mexicanos al irse de ilegales a Estados Unidos, votaron con los pies en contra del neoliberalismo. Quince años de estancamiento de la economía y de crecimiento de la población no lo aguanta nadie, y la necedad continúa.

No sería malo buscarle remedio a las lagunas en el TLC, negociado a la carrera por razones políticas, y donde muchas veces otorgamos sin recibir. Aunque sea difícil, hay que mantener el privilegio de que las decisiones sobre nuestro país se tomen en México y por los mexicanos.