Una vez más somos testigos de cómo las ``razones'' inapelables de la economía castigan severamente a un país, y cómo ese castigo se extiende a otros por la simple razón de ser parte de un mundo globalizado e interdependiente.
Hong Kong no se ha destruido; sus puertos, sus portentosos edificios y hoteles, su dinámica relación comercial, su estratégica posición geográfica ahí están, intactos. Sin embargo, la ``confianza'' de los inversionistas lo abandonó trayendo consigo un saqueo impresionante de sus divisas, la ruptura violenta de sus equilibrios macroeconómicos y la desesperanza de sus pobladores.
Desde que el comercio se convirtió en el eje de la economía, hace más de 200 años, las relaciones de intercambio son las que determinan la posición que un país ocupa en relación al resto.
La riqueza o pobreza de las naciones es la resultante del intercambio que genera con otras; de la dinámica con la cual reacciona al entorno, de su capacidad para aprovechar los cambios; de su mejor comercio.
Hoy, esa contundencia es aún mayor, debido al tremendo impacto de las comunicaciones y los adelantos tecnológicos que hace posible que, en unos cuantos minutos, se transfieran millones de dólares de un punto del planeta a su opuesto. Los capitales vuelan a la velocidad de la luz, en busca de sitios donde su vocación especulativa se cumpla con mayor seguridad.
La economía real permanece, la especulativa desaparece y, absurdamente, se inicia el penoso camino de ajustes y sacrificios, sólo para volver a ser dignos de la confianza de esos capitales que en cualquier momento volverán, amenazando con volverse a ir.
Y eso que pasó el jueves negro de Hong Kong, también sucedió en el diciembre negro mexicano y el efecto tequila que arrastró, o pasó durante el efecto tango, y es el preludio de tantos otros que con diversos nombres aparecerán para hacernos evidente la fragilidad de las economías.
Que si la reincorporación de Hong Kong a China fue la causante; que si fue el efecto de Tailandia; que si la inadecuada apreciación del dólar honkonés, tantas razones para tratar de justificar la voracidad de los especuladores quienes, por ganar un cuarto de punto, no tienen empacho alguno en causar la miseria de millones de seres.
El jueves negro nos enseña también, que la política económica, hoy más que nunca, no puede definirse atendiendo a las buenas intenciones, ni a los exclusivos intereses del país, ni a nuestra manera de entender el deber ser... Cualquier falla en la selección de los instrumentos, se interpretará como pérdida de confianza y desencadenará el saqueo y la ruina.
En momentos en que los mexicanos estamos construyendo el futuro, a partir de nuevos equilibrios políticos, el jueves negro nos debe enseñar que nunca estaremos suficientemente lejos de la posibilidad de una crisis. Nunca.