Hermann Bellinghausen
Unas figuras quietas

1. Laguna.

Estigia se desanuda las alpargatas. Alza las piernas a punto de baile, agita sus faldas y mete los pies en el agua.

Un sssss.... agudiza la sonora mañana, cual si un herrero en la fragua enfriara una espuela.

El rostro de Estigia ilumina su progreso hacia las aguas. Contemplada al vuelo, sus faldas la rodean en círculo, expandidas.

La luz jaspea las aguas. Poco más y hunde el pecho. Estigia inhala y espira, aliviada. Al siguiente paso flota, se acabó la orilla.

Brotan de Estigia las agallas, las aletas primigenias. Entrega al silencio su batiente boca. Como a todo pez, los párpados, discretamente, se le retiran.

2. Mientras gira

El chiste (lo difícil) es ver a ese hombre a través de esa mujer. No importa lo que siente, sino lo que ve. Y lo que ve es perfectamente normal: un varón promedio, con una capacidad satisfactoria de conversación, que en ese momento (no importa lo que siente) calla muy junto a ella.

Esa mujer reposa, ahíta y serena. Se agita en ella una paz en parte sueño, en parte verdadera. Un momento blanco.

Ese hombre reposa y se maravilla, atento a la mujer desdoblada. Se concentra en la adoración de un muslo.

Esa mujer, deliciosamente desfallecida, mira y punto.

Ese hombre no piensa, confabula en sí una rebelión alegre. De momento, sólo adora la carne sagrada.

De momento, ella siente lo que una diosa. Y acepta.

3. Viene

En la agitada avenida de luces y peloteras, rasga la móvil cortina de la humedad como si fuera su última noche en la Tierra. Lleva el rostro definitivo de cualquiera en tránsito.

Viene llegando. Las formas, los papeles, la tarifa.

Avanza el inmutable casco de la garita. Sufre un líquido salobre en la comisura, y de allí a la punta de la lengua. Resabios de ultramar.

Se deja penetrar por la frontera.

4. La eternidad más rápida

Se contrae por dentro en una dulce ondulación de los nervios blandos. En su humedad batiente bailan los músculos del placer. Ha esperado tanto.

Poseída de contento, su vientre, manantial de agradecidas aguas cálidas, colma la taza extraordinaria: la rodea una espuma estrellada.

5. Bajo un iris

Estigia se toca. El arroyo le baña los pechos como salpicadas piedras, la imaginación despierta. Nadie que no sea ella sabe qué siente ni con qué voluptuosidad se resguarda en contraste al invierno, que cada visita hace florecer la primavera en ella.

Despliega listones su frente, velas de ráfaga que subrayan la inabarcable mirada azul del cielo, la pupila donde bebe y se refleja, otra vez llena.

Gime, nadie puede oírla. Al hundirsele, sus dedos recuerdan y el iris del cielo la eleva y lleva.