Antes de las elecciones, los de Tabasco y Veracruz eran evaluados, desde las direcciones partidarias de la oposición y desde ciertas columnas políticas, como procesos semejantes. Al cabo, para beneficio de la pluralidad y la democracia, no fue así.
El carro completo madracista pudo engañar a sus autores, pero no convenció a nadie y sólo profundiza el conflicto político que vive Tabasco desde 1988. Si antes el carro completo fue sinónimo de gobernabilidad, hoy lo es de su opuesto.
No es descabellado el paralelismo entre lo que fue la actitud enferma de Carlos Salinas de Gortari hacia Cuauhtémoc Cárdenas y el PRD, y la que ahora asume Roberto Madrazo Pintado hacia Andrés Manuel López Obrador y ese mismo partido.
Los saurios más blindados del PRI se apresuraron a ovacionar el operativo gubernamental de Madrazo disfrazado de elecciones, tal como lo hicieron el sexenio pasado con fenómenos similares. No les durará mucho el gusto. Con el madracismo ocurrirá lo mismo que con el salinismo. Madrazo Pintado será responsable de la contención a toda costa de la voluntad ciudadana. El mismo y su ambición desmesurada y el PRI tabasqueño, que hoy chapalea en las aguas de Pirro, serán los primeros en sufrir las consecuencias.
Veracruz fue, con algunos incidentes menores, la otra cara de la moneda. Tierra de figuras las más disímbolas en la vida pública nacional, desde el 19 de octubre quedó convertido en territorio representativo de las tres fuerzas políticas que han captado con mayor amplitud las preferencias electorales de la ciudadanía. Importante fue también que los partidos menores conquistaran algunos municipios donde han realizado trabajo político y conseguido atraer a la población.
En parte por sus propias características y en parte por el conservadurismo del gobierno priísta, los estados del norte conocieron, en los años ochenta, el florecimiento de un bipartidismo que ha impedido la expresión de la tercera vía electoral representada hoy, principalmente, por el PRD.
Ese bipartidismo milita en contra de la pluralidad espontánea que presenta una sociedad donde las carencias de la mayoría no están contempladas como prioridad en los programas de gobierno de un PRI que adquirió características oligárquicas (caciques, hombres fuertes y padrinos de la familia revolucionaria se apartaron de sus parientes pobres y bases populares) o de un PAN que no ha cambiado el signo oligárquico con el que nació (la nueva familia que emerge del mundo de los negocios).
Los resultados electorales de Veracruz, más allá del análisis regional, adquieren un significado que augura mejores condiciones para la transmisión y el ejercicio del poder.
Ciertamente, los peores librados en la jornada electoral de Veracruz fueron los reporteros. No había nada espectacular que pudiera hacer la nota. Algunos lamentaron que no les hubiera tocado cubrir las elecciones de Tabasco. También que no hubiera habido conflicto poselectoral. En fin, algo fuera de la rutina de unas simples elecciones.
Las autoridades veracruzanas no alentaron la opción del agandalle o la confrontación. Y aquí no importa si fue porque no quisieron o no pudieron. Con un mínimo de voluntad para oponerse a lo sucedido en las urnas, el paso a la civilidad que se produjo en Veracruz se habría alterado o no se hubiera dado. Los costos los ha absorbido el PRI, incluso con una crisis interna que ha llevado a Miguel Angel Yunes, su dirigente local, a dejar el puesto.
Con la representación plural derivada de las elecciones en Veracruz, el PRI, sin embargo, dejará de ser el negro de la feria. Ahora sólo falta que asuma su papel de partido que compite con otros y abandone, para siempre, la desprestigiada categoría de extensión electoral del gobierno.
La responsabilidad en el avance democrático será no sólo responsabilidad del partido oficial en vías de extinción. La oposición tendrá que compartirla demostrando en los hechos su capacidad para ejercer el poder sin incurrir en los vicios que del PRI critica.