Iván Restrepo
Las propuestas del ingeniero Eduardo Chávez
Lo menos que le dijeron era que estaba loco, que sus propuestas no pasaban de ser una vacilada, carentes de seriedad. Eso y más le decían en la prensa y en ciertos medios académicos al ingeniero Eduardo Chávez, quien hace casi medio siglo planteó una serie de soluciones para evitar las inundaciones, que a fines de los años 40 y principios de los 50 causaron serios daños al centro de la ciudad de México, así como para prevenir mayores hundimientos del suelo, dislocaciones de las redes de drenaje y para ser autosuficientes en el abasto de agua. ¿Qué proponía hace medio siglo Chávez para merecer tantos ataques? Algo muy simple: recargar a la brevedad posible el acuífero del Valle de México a través de diversas obras.
Por principio de cuentas Chávez consideraba que todos los esfuerzos para drenar la cuenca por medio del Tajo de Nochistongo y los túneles de Tequisquiac ocasionaron la ruptura del equilibrio hidrológico del área y eran un obstáculo para restablecerlo, lo que se expresaba en la necesidad de importar aguas de otras cuencas, en ese entonces del Valle de Lerma. Sostuvo que era mucho más conveniente y menos costoso en todo sentido, retener parte del agua de lluvia que cae en la ciudad. Pero además, que las residuales originadas en hogares, industria y servicios fueran tratadas según su grado de calidad y no simplemente se enviaran a los campos de cultivo en el estado de Hidalgo.
Para retener las aguas de lluvia y parte de las tratadas, proponía inyectarlas al subsuelo mediante pozos de recarga y otras obras de infiltración artificial, con lo cual no solamente se evitaba que los mantos acuíferos se abatieran peligrosamente provocando, entre otras cosas, el hundimiento de la ciudad.
Para hacer realidad su propuesta, siendo secretario de Recursos Hidráulicos inició en 1953 la construcción y operación de 42 pozos de infiltración con una profundidad de 60 metros. Uno de ellos se ubicó en el Jardín de San Fernando, área de gran hundimiento, y que demostró en poco tiempo la progresiva recuperación del nivel del agua subterránea y cómo la estructura del subsuelo no sufría más afectaciones. Paralelamente, obligó a 22 particulares a que por cada pozo nuevo que abrieran, construyeran simultáneamente uno de absorción.
Posteriormente, en 1955 apoyó la perforación de pozos de recarga cerca a las presas existentes en el poniente de la ciudad (Mixcoac, Becerra, Tarango, San Joaquín) y que por el caudal que inyectaron mostraron las bondades del proyecto. El de Mixcoac, por ejemplo, llegó a infiltrar un caudal de más de mil litros por segundo y en dos años permitió recuperar en 10 metros los niveles freáticos del área, mientras en otras disminuían.
No paraban allí las ``locuras'' del ingeniero Chávez: también propuso aprovechar los caudales de los cuatro principales conjuntos de ríos que todavía en esa época no sucumbían al concepto de progreso y modernidad. La idea era captarlos a través de las presas existentes; reparar algunas fuera de servicio, y levantar otras antes de que los fraccionamientos y los ``paracaidistas'' invadieran los terrenos donde podrían erigirse, e impedir, además, que las corrientes cristalinas se mezclaran con las aguas negras, ya que es mejor inyectarlas al subsuelo y enriquecer los mantos freáticos.
El tiempo se encargó de darle la razón al ilustre mexicano, que también impulsó importantes obras en otras partes del país. Los cambios sexenales, la carencia de políticas a largo plazo y, sobre todo, los intereses particulares y no los de la sociedad agudizaron desde mediados de siglo los problemas para surtir de líquido a millones de habitantes y, a la vez, para sacar las aguas de lluvia y las negras provenientes de hogares, industria y servicios.
El costo financiero, social y ecológico que todos pagamos es cada vez más grande. Para evitar que así sea, cuánto bien haría hoy que en el gobierno hubiera otros ``locos'' dispuestos a continuar la tarea del ingeniero Eduardo Chávez.