En esta semana comienza la 63a. Asamblea del Episcopado Mexicano. Los obispos deberán demostrar sagacidad para situarse en los nuevos momentos que vive el país. Incluso las expectativas sobre la elección de la presidencia de la CEM y nuevos cargos, resultan ahora secundarios. La pregunta de fondo es el futuro papel de la Iglesia en particular, de su jerarquía, en un país que va cambiando sus reglas de juego. Dicho de otra manera, la jerarquía ha privilegiado hasta hoy la interlocución política con el Estado, ahora está obligada a hacerlo frente a la sociedad. ¿Cómo?
Los últimos acontecimientos sobre narcolimosnas, los aparentes excesos declarativos del nuevo nuncio, los arrebatos del arzobispo Norberto Rivera no sólo contra el condón sino contra los periodistas, pueden arrastrar la imagen de la Iglesia católica a los rincones oscuros del ostracismo y del simbolismo de la religión opiada.
El gran desafío que tiene esta conferencia es, en primer lugar, que la Iglesia lea con agudeza y se sitúe ante una nueva realidad. Que perciba como desafíos las nuevas condiciones de los mercados políticos, culturales y religiosos que se han abierto. Es necesario que los obispos se vean en otros espejos, en Sudamérica por ejemplo, con las aperturas democráticas y particularmente con el caso siempre paradigmático de Polonia que persigue con cierta fatalidad a la Iglesia mexicana.
Para el nuncio Justo Mullor será su primera conferencia y, pese a sus iniciales intenciones de imprimir a su cargo un acento pastoral y a su imagen una ecuanimidad diplomática, en realidad lo que observamos es a un nuncio zarandeado por una cultura política que vive intensamente el nerviosismo de los momentos inéditos y que la ha llevado a precipitarse en tempestades políticas. Cuántos suspiros nostálgicos circulan ya, recordando la sagacidad orgánica de monseñor Jerónimo Prigione. Sin embargo, Mullor no es un personaje cuya actuación deba leerse de manera chata; el actual nuncio es la expresión del Vaticano que parecería enviar señales de cierto distanciamiento del viejo sistema político. Y por otro lado, parece manifestar claramente un giro o un acento más decidido en torno al combate de la Iglesia por los valores y las costumbres profanadas por los excesos de una sociedad moderna laica, robusteciendo las percepciones neointegralistas de los católicos. En suma, la jerarquía tiene que aprender a ubicarse con mayor agudeza en los nuevos contextos, y si antes necesitó valentía para alcanzar notoriedad ahora la jerarquía requiere de talento.