En varias ocasiones hemos discutido si las instalaciones, los objetos artísticos volumétricos, los ensamblados, etcétera pueden o no caer dentro de aquello que denominamos Escultura. Jugando un poco con el término en castellano diríase que la escultura es-cultura, que en la mayoría de los casos suele trascender a su momento, que su autor se propone como tal y que busca cientos de posibles soluciones encaminadas a dotar a su producto de un mensaje estético, sin descartar que éste pueda ser además conceptual, señalizador, ecológico, etcétera.
No son esculturas, sino adefesios, las figuras que supuestamente ornan nuestras glorietas, como tampoco lo son los centenares de efigies conmemorativas sobre las cuales varios nos pronunciamos (negativamente) en Oaxaca durante la mesa redonda que se efectuó con motivo de la juguetona y crítica exposición Hemiciclo al triciclo presentada en el Maco.
Hablando de otro contexto, un muelle de madera es eso: un muelle de madera, aunque el cubano Jorge Pardo lo proponga como escultura. Pero unos automóviles estadunidenses de diferentes épocas (desde la invención del Ford hasta los Buik o Mercury de 1960), chocados o íntegros, recubiertos todos con pintura plateada, sin dejar de ser automóviles pueden integrar una atractiva e interesante instalación, al encontrar dispuestos con orden predeterminado en la explanada de un castillo barroco que alberga hoy día dependencias de una de las más antiguas universidades alemanas, la de Münster. Al enfrentarse a esta propuesta de Nam June Paik, el espectador se entretiene incluso identificando algunas marcas: éste es un Nash, este otro es Cadillac, este Ford es muy anterior a aquel, etcétera. Desde luego que es divertidísimo hacerlo además de instructivo. Tampoco escapa la metáfora: cuando el castillo era nobiliario, los lujosos carruajes tirados por cuadrigas también ostentaban la ``marca'' de su hacedor y la fecha de su ejecución. Pero se antoja que en vez de decir: ``Aquí hay un Cranach, está junto a un Holbein y más allá se encuentra un grabado de Martin Schongauer'', lo que reconoceremos en el futuro son los linajes automovilísticos. Cierto es que un coche emitía débilmente las notas del Requiem de Mozart, posiblemente dirigido a la escultura, al barroco y a la sapiencia universitaria. Estos comentarios se refieren a la tercera versión de un acontecimiento, Escultura. Proyectos en Münster 1997 que corre paralelo a los 100 días de los invitados a Kassel, de tal manera que resulta simultáneo a la Documenta.
Kassel no es una ciudad bella, en tanto que Münster, a pesar de lo que sufrió en la Segunda Guerra, guarda la misma estructura que tuvo en otros tiempos: es pródiga en iglesias románicas y góticas pues hasta 1803, año en que los prusianos se asentaron en ella, fue ciudad católica con todo y la Reforma de por medio. Las iglesias conservan sus piezas de altar y retablos, de fuerte influencia bávara. Contaba también con una sinagoga estilo historicista-neorrománico que fue quemada en 1938 durante la bárbara noche de los cristales rotos; es pródiga en preciosos edificios históricos, calles enjabelgadas que forman anillos sobre la plaza central, y un primoroso paseo arbolado, muy a la francesa, que rodea la ciudad cruzada por el río Aasee. En este emplazamiento se verifica el festival.
Las ``esculturas'' (en esta ocasión, como digo, no lo son) van distribuyéndose por el centro histórico, en la Promenade, al lado de ciertos vestigios arqueológicos, en determinadas esquinas o haciendo contrapunto a monumentos, de manera tal que si el visitante se propone ver la totalidad de las aportaciones de los 60 participantes invitados, adquiere una visión muy completa de Münster.
Sirviéndose del entorno, los artistas desarrollan sus ideas in situ y reciben buena cantidad de dinero para hacerlo. Se ve que en esta ocasión los emolumentos no siempre fueron suficientes y sus gobiernos, ellos mismos u otras instancias, tuvieron que coadyuvar a las realizaciones, ninguna de las cuales sobrevivirá (a mi criterio) excepto tal vez una especie de lanchón que transporta turistas por el río. Varias piezas participantes en versiones anteriores sí han sido susceptibles de conservarse, entre ellas las de Claes Oldemburg y Donald Jud, éste último, fallecido no hace mucho. También lo de Sol Le Witt se conserva, reciclado.
En la versión 1997 hay hileras de banderines colgados por el francés Daniel Buren, animales estofados, uno sobre otro, ideados por Maurizio Cattelan que incluyó la presencia de esqueletos artificiales de estos mismos animales. La antena transmisora de Ilya Kavakov contiene un poema, Isa Genzken propuso un farol que se percibe como tal, pero cuya iluminación va imitando la de las fases de la luna. ¿Competirá así con el satélite en los nocturnos de Westfalia?... También fue posible ver escenas del filme El exorcista en contraste con El cántico de Bernardette, a quien se le apareció La Virgen de Lourdes mediante proyectores instalados en un sotopasaje peatonal. Esto se debe al ímpetu creativo de Douglas Gordon.
Andrea Zittel puso a flotar unas gomas en el río y Franz West pintó de rosa una enorme piedra. Visto esto resultó frustrante que Gabriel Orozco no haya podido efectuar su proyecto: media Rueda de la fortuna (la otra mitad virtual estaría bajo tierra) aunque la idea, que es lo que cuenta, sí se exhibe en el museo.