El vértice de la pirámide del sistema político, el que ocupan los funcionarios que dirigen los partidos y la administración pública, vive la incertidumbre. ¿Hacia dónde mira la clase política? Obviamente hacia el 2000, hacia la sucesión presidencial. Pero más allá del destino final, no parece tener ningún otro objetivo claro. La arena política nacional se parece cada vez más a un juego de futbol protagonizado por llaneros, en el que todos los jugadores corren detrás de la pelota.
Las oposiciones dentro de la Cámara de Diputados alcanzaron un acuerdo para la gobernabilidad y una distribución de las comisiones en las que el PRI resultó derrotado. Lograron también contestar al Informe presidencial. Invirtieron sus energías en modificar las reglas del juego al interior de la Cámara. Esto es básico. Pero, más allá, no han obtenido modificaciones sustanciales a la función legislativa. Las fracciones parlamentarias desempolvaron las viejas iniciativas de ley enviadas al congelador por la antigua mayoría priísta, pero éstas esperan aún su momento. Tanto el debate sobre el Informe presidencial como la comparecencia de los secretarios transcurrieron sin pena ni gloria. Unos salieron más raspados que otros, pero no hubo mucho más que eso. Ahora se anuncian pequeños escándalos sobre la forma en la que se manejaron los recursos de la Cámara en el pasado. El resultado final será un deterioro mayor de la imagen de los legisladores ante la opinión pública.
El combate actual entre el Legislativo y el Ejecutivo es también una cuestión de forma: ¿quién tratará con los diputados: el secretario de Gobernación o el Presidente? Ciertamente, la forma es fondo. Y lo que parece estar en el centro de esta nueva disputa, es tanto el futuro de la sucesión presidencial dentro del PRI como la puesta en marcha de una nueva versión del principio de autoridad.
Las oposiciones han dicho que se trata de discutir el futuro de la reforma política. También lo señaló el PRI. ¿Cuál reforma? El Presidente presentó la pasada reforma electoral como definitiva. ¿Se opondrá el partido oficial a su jefe nato o se trata tan sólo de dar un capotazo para quitarle de encima al toro de las críticas? Más allá de generalidades como desmantelar el presidencialismo las oposiciones no han dicho qué es lo que está pendiente ni cómo lo van a lograr. ¿El plebiscito, el referéndum, las candidaturas ciudadanas y las coaliciones electorales? ¿El estatus de las ONG y de las asociaciones políticas, el registro de los nuevos partidos y el reconocimiento de los derechos indígenas? ¿Están dispuestos los partidos a renunciar al monopolio de la participación electoral? ¿De verdad creen que la transición hacia la democracia arranca de la Cámara de Diputados?
Algo similar sucede con el debate sobre el futuro del presupuesto. Los diputados han sido poco precisos en aclarar lo que está en juego. ¿El monto del IVA, la política social, la magnitud del déficit público? Y, para no perder la costumbre, han dejado fuera de la discusión a actores sociales significativos.
Durante las últimas dos semanas el PRD y el PAN jugaron al gato y al ratón dentro del bloque opositor. El PRD trató de acorralar al PAN para hacerle pagar caro su ruptura con el bloque. El PAN, desdibujado, trató de zafarse del bloque y buscó asumir el papel de partido bisagra. Sólo la torpeza gubernamental volvió a unirlos, una vez más, en torno a cuestiones de procedimiento.
Y, en el centro de la incertidumbre, están las dificultades de cohesión partidaria. Es la hora de las corrientes. En el PAN, Fox levanta la mano de Muñoz Ledo después de la ofensiva de Calderón en contra del perredista, mientras Castillo Peraza rumia el amargo sabor de la derrota disparando dardos envenenados a la política de alianzas de su fracción parlamentaria. En el PRI, los nuevos disidentes rompen el viejo principio de la complicidad y se dedican a cantar antiguas hazañas, mientras que los Galileos velan armas esperando su hora, y los diputados ejercen el derecho al chantaje. En el PRD, su presidente se desplaza de una campaña electoral a otra, pero se mantiene ajeno a las grandes definiciones de la política nacional, y el partido enfrenta el síndrome del Fausto en el que, a cambio de votos provenientes de los nuevos desempleados priístas, pierde su alma opositora.
El sueño del 6 de julio parece que está terminando. ¿Dónde está la transición hacia la democracia? ¿Hay algún papel para la ciudadanía más allá de ser espectador y votante? En Campeche las cartas están echadas, como lo están en Tabasco. Los derechos humanos se deterioran cada vez más. El mismo IFE está inmerso en una desgastante disputa interna. A pesar de que el 2000 es un punto de llegada, las estaciones intermedias (que no pueden ser sólo las elecciones locales) son inciertas. Vamos rumbo a lo desconocido.