Salvo contadas excepciones, en nuestra época los gobiernos nacionales se reducen y transfieren muchas de sus atribuciones a otros centros de poder. Tal vez sea excesiva, para ilustrar este proceso, la metáfora de un cubo de hielo que se desparrama en todas direcciones, así sea porque ignoramos si el Estado nación acabará convertido en un charco, y porque la tendencia mencionada se puede revertir un día de éstos. Pero lo cierto es que, antes incluso del deshielo Este-Oeste, los poderes públicos nacionales están comportándose como agua congelada puesta al sol.
Las burocracias de los organismos internacionales (ONU, UNESCO, FAO) o supranacionales (Unión Europea, Mercosur, TLC) adquieren facultades de diversa magnitud --desde el arbitraje hasta la regulación y emisión monetaria y la procuración de justicia-- en detrimento de las esferas de control tradicionalmente reservadas a los aparatos gubernamentales.
Las regiones, las entidades federales, las provincias y los municipios toman el control de presupuestos y actividades otrora ejercidos por los poderes centrales. Las organizaciones no gubernamentales (cuyo nombre genérico denota en sí mismo la contraposición) adquieren influencia política, económica y social, cuando no facultades formales.
Los procesos de individualización y ciudadanización en curso, que parecen irreversibles, otorgan a las personas libertades sobre ámbitos de su propia existencia --opciones religiosas, ideológicas y culturales, preferencias sexuales, alternativas de información-- que hasta hace no mucho eran regulados o fiscalizados por las autoridades públicas --y que en algunos países o regiones lo siguen siendo.
Al mismo tiempo, las tendencias privatizadoras, desreguladoras y globalizadoras crean las condiciones para el surgimiento de enormes núcleos de poder económico que no rinden cuentas a parlamentos, cortes de justicia o jefaturas de Estado sino a asambleas de accionistas y a consejos de administración.
Esas concentraciones de capital, algunas más grandes que el PIB de un país de tamaño mediano, pueden ejercer, de facto, un poder político devastador. Para dar ejemplos disímiles, Maseca estaría en posibilidad de dejar sin tortillas a toda una entidad de la República y Microsoft podría sacar de la autopista de la información a un país entero. En algunas naciones centroamericanas las intentonas golpistas ya no tendrían que larvarse exclusivamente en el seno de las fuerzas armadas: una empresa de protección del tipo de Panamericana podría participar en ellas, o hasta emprenderlas por su propia cuenta. Por su parte, una firma productora de alimento para animales puede decretar que los uruguayos dejen de comer carne de pollo. Y eso, por no hablar de los consorcios de telecomunicaciones vía satélite, los cuales tienen todos los hilos necesarios para aislar a una nación del resto del planeta.
No digo ni insinúo que existan, al menos en el momento actual, intenciones tan aviesas; el hecho es que, al margen de paranoias y de obsesiones conspiratorias, ya existe la capacidad instalada para ejercerlas. Por ahora estos poderes se expresan en acciones que oscilan entre la grandeza caritativa y la pequeña mezquindad. Hace cosa de un mes, Ted Turner --que, en lo personal, posiblemente tenga un corazón de oro-- salvó a la ONU de la bancarrota, algo que no habría podido hacer ningún gobierno, en tanto que Bill Gates --que será muy nerd pero no llega a fascista-- fue puesto en el banquillo de los acusados por su empecinamiento en obligarnos a usar su engendro Microsoft Explorer a todos los internautas del mundo.
Son cosas menores. Pero me aterra ponerme en la situación del secretario general de la ONU cuando tenga que decidir entre darle una entrevista exclusiva a CNN o a cualquier otra cadena y se vea atrapado entre la probidad a ultranza y las elementales reglas de gratitud, y me aterra más aún que Microsoft gane el juicio y a uno no le quede de otra que asomarse al universo virtual por la ventana --estrecha o no, ése es otro asunto-- del programa referido, el cual, para colmo, tiene un logotipo o icono bien ominoso: el globo terráqueo, todo él, bajo una lupa que lo examina.
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