La Jornada martes 28 de octubre de 1997

Ugo Pipitone
Nuevos remezones

A los colombianos, que no merecen sus desgracias y acaban de mostrar cómo combatirlas.

El capital -a veces feliz y a veces infelizmente- se ha vuelto ubicuo en el planeta, tanto como ocurre -felizmente- con la nueva y civilizatoria atención a los derechos humanos. A juzgar por sucesivas sacudidas financieras, la ubicuidad del capital se paga hoy al costo de específicas crisis nacionales y la amenaza de una crisis financiera internacional de dimensiones generacionales. Y sin embargo habrá que reconocer que la propagación internacional de los capitales es una ventaja histórica. Los capitales deambulantes en el planeta, sin atención a fronteras políticas específicas, podrían evitar que los ricos se pudrieran en su riqueza mientras los pobres lo hacen en su pobreza. Este condicional es obligado como reconocimiento de una posibilidad que aún no se concreta en distintas partes del mundo. Nadie dispone de curas milagrosas y, menos que nadie, el capital, que va como mariposa deslumbrada hacia las luces más brillantes de los rendimientos más sustanciosos.

Y ahora Hong Kong. Dejaré a un lado las razones específicas de esta sacudida que, por cierto, han sido lúcidamente expuestas por León Bendeski y José Blanco en las páginas de este periódico. Aquello que debería preocuparnos a todos son los elevados rendimientos en los mercados mundiales de capitales, especialmente en los ''mercados emergentes''. Vivimos un prolongado ciclo positivo de las expectativas de rendimientos futuros. Y además hay mercados cuya sed de capitales parece inagotable. En 1996 en México entraron 8 mil millones de dólares en inversiones extranjeras directas. En China, en el mismo año, 43 mil millones.

Pero el mayor problema es el de los capitales de corto plazo que pueden salir de un país trasmutando su piel de una divisa a otra en un santiamén. Las inversiones en los mercados del capital son alimentadas por expectativas de altos rendimientos que, antes o después, serán denegadas por los mercados o porque los rendimientos efectivos comenzarán a retrasarse respecto a expectativas excesivas o porque éstas comenzarán a retroceder. Y cuando esto ocurra - y nadie puede excluir que ocurra en medio de una grave crisis internacional - entonces sí, se propondrá urgentemente la necesidad de introducir alguna reglamentación a los capitales que vuelan y se entrecruzan sobre nuestras cabezas. Lo que será como atrancar el potrero después de la estampida del ganado.

En Asia oriental se encuentran algunos de los más importantes mercados financieros emergentes del mundo. Además de las expectativas positivas asociadas a la ininterrumpida revolución tecnológica de estos años, se añaden aquí las esperanzas de continuación de los éxitos del pasado y de llegada de centenares de millones de nuevos consumidores al mercado. Es en estos mercados financieros orientales (aunque no exclusivamente) donde encontramos hoy distancias casi seguramente excesivas entre rendimientos reales y expectativas. Entre presente y futuro deseado.

El aspecto positivo es que las expectativas de elevados rendimientos financieros producen una disponibilidad para financiar empresas o países de alto riesgo. El negativo es que cuando las expectativas se convierten en sueños colectivos se acrecientan los peligros de bruscos despertares. Sin considerar los daños acarreados a países específicos por movimientos erráticos y sin control de los capitales. En tiempos en que se piensa reducir la jornada de trabajo, ¿es de veras ingenuo pensar en alguna regulación mundial de los movimientos de capitales? ¿Sería impensable introducir un impuesto a rendimientos financieros superiores a cierto nivel máximo, financiando así un fondo mundial para el combate a la miseria, la desertificación creciente, el desempleo o el SIDA? ¿O tendremos que esperar una crisis financiera devastadora para tener menos confianza en la inteligencia de los mercados y más en la nuestra?