En estos días, los capitalinos hemos vuelto a padecer las contingencias ambientales con sus dos caras: los efectos sobre la salud de los índices de contaminación atmosférica superiores al máximo tolerable, según la tolerante norma oficial; y los problemas de transporte derivados de la aplicación del doble hoy no circula. Hasta ahora, las políticas aplicadas en este campo por el gobierno del Distrito Federal no han logrado sus propios objetivos, por varias razones combinadas: las medidas han sido sectoriales, no atacan integralmente todas las causas del fenómeno; para no afectar a los grupos de interés económico y político que están detrás de estos factores, han sido poco profundas y aleatorias; y no se ha recurrido a la participación ciudadana, porque se desconfía políticamente de ella.
Durante dos décadas, coincidentes con el auge de la industria automotriz y la compra de automóviles privados, la ciudad ha sido refuncionalizada para facilitar el tránsito de éstos, mediante la construcción de autopistas, ejes viales y puentes. El hoy no circula indujo el aumento del parque vehicular para reducir su impacto sobre los individuos y anuló en parte su efecto. La positiva introducción del convertidor catalítico ha reducido la cantidad unitaria de contaminantes vertidos a la atmósfera, pero al excluir los autos que lo tienen del Hoy no circula, crece el número de coches en circulación, se satura el tráfico, se reduce la velocidad global, aumenta la contaminación generada por los vehículos sin convertidor y disminuye la eficacia de éste. La actual recuperación del mercado automotriz trae la amenaza de un mayor incremento del número de autos privados y, por tanto, de sus efectos.
El crecimiento de peseros, convertidos en combis y luego en microbuses, como acción paralela e incongruente con la creación de Ruta 100, anuló su eficacia potencial, e introdujo con su desorden operativo, inadecuación de las unidades e incompetencia de conductores y organización, un factor de saturación del tránsito y de mala calidad del transporte público. La política actual de transformación de micros en camiones, con avance muy limitado, mantiene el desorden organizativo y la ineficiencia. La liquidación de Ruta 100, desestructuró aún más el sistema de transporte público y hoy día, aún no operan las rutas concesionadas a empresas privadas, a pesar de su vencimiento; irónicamente, las que funcionan son las de Sutaur, a pesar de las trabas puestas por la administración. El resultado es un pésimo servicio de transporte colectivo de superficie, que no atrae a los usuarios de auto individual, agrava la saturación vehicular, la lentitud del tránsito y la contaminación.
El alto costo de inversión para ampliar el metro, los trenes ligeros y los trolebuses, en medio de una larga crisis económica y fiscal y de límites estrechos al endeudamiento, imponen un lento ritmo de crecimiento de estos medios, los más eficientes, racionales y menos contaminantes.
El crecimiento físico y demográfico acelerado de la Zona Metropolitana, junto con la concentración excesiva de las áreas de trabajo, la dispersión e inadecuada localización de los servicios sociales y la administración, y la formación de áreas dormitorio para ricos y pobres, en síntesis, la fragmentación y segregación urbanas, aumentan más que proporcionalmente los flujos de personas, mercancías y vehículos, presionan al ineficiente transporte colectivo y al tiempo, estimulan el uso de autos privados, elevan la saturación vial, aumentan el costo en tiempo y dinero del transporte, incrementan el consumo de energéticos y agravan la contaminación.
Las políticas distintas y descoordinadas de las autoridades del DF y los municipios conurbados, en una ciudad integrada económica, social y territorialmente, limitan su eficacia, trasladan contradicciones y sobrecargan los costos para el DF, punto de destino de la mayoría de los transportes metropolitanos. La ineficacia, mal entrenamiento y corrupción de la policía de tránsito, las deficiencias de la semaforización, la mala señalización y defectos en el diseño vial, cierran la perversa relación entre crecimiento vehicular, deficiente transporte colectivo, saturación vial, excesivo consumo energético y contaminación atmosférica.
Romper el circulo vicioso es una necesidad imperiosa de la vida urbana, para aumentar la eficiencia económica y laboral de la ciudad, mitigar el desgaste físico y mental de sus habitantes y reducir la contaminación atmosférica. Será un proceso largo, de décadas, pero hay que empezarlo ya. El instrumento debe ser una política integral, no sectorizada, consensada con la población y apoyada por ella, que no se frene ante intereses individuales o de grupo. Sus objetivos: aumentar la eficiencia del transporte colectivo; reducir el uso del automóvil individual y el consumo de energéticos, reestructurar la vialidad con esa meta, disminuir los desplazamientos mediante la reorganización urbana y hacer eficiente los medios humanos y materiales para la operación del sistema, con el objetivo de reducir la contaminación atmosférica y el desgaste físico y mental de los capitalinos.