La Jornada jueves 30 de octubre de 1997

Octavio Rodríguez Araujo
Las lecciones de Hong Kong

El 19 de octubre de 1987 demostró que en el mundo de la especulación sólo los más aptos (es decir los más ricos y los profesionales de la especulación) podrían sobrevivir. Los grandes tiburones de la Bolsa, los especuladores institucionales, son una fuerza económica que ha crecido en los últimos diez años apropiándose la riqueza de la economía real representada por la producción y el comercio de bienes y servicios. El crack bursátil de estos días ha ratificado esta situación.

Estos profesionales de la especulación se dedican a las transacciones especulativas (que mueven cientos de miles de millones de dólares al día de los cuales sólo la sexta parte corresponde al comercio de utilidades y a flujos de capital), a definir opciones de inversión y a manipular los mercados monetarios incluyendo el saqueo de las reservas de los bancos centrales (como ocurrió entre julio y septiembre de este año en Tailandia, Indonesia, Malasia y Filipinas).

En los movimientos de dinero (vía computadoras) no se repara mucho en la legalidad o ilegalidad de su origen (narcotráfico, por ejemplo), gracias a las desregulaciones financieras y a los paraísos fiscales y bancarios (off shores havens) donde se concentran bancos de todo el mundo sin controles estatales. Pero estos movimientos de dinero afectan en muchos países a su recaudación fiscal, incrementan los déficit presupuestarios y la deuda pública, disminuyen o al menos paralizan los programas sociales y provocan con frecuencia devaluaciones en las monedas más débiles.

En contraste, señala en reciente estudio el economista canadiense Chossudovsky (``The Global Financial Crisis''), los salarios de los productores de bienes y servicios son deprimidos; los niveles de vida de amplios sectores de la población mundial han decaído dramáticamente, incluidos los sectores de clase media; la desigualdad de ingresos ha aumentado incluso en los países de la OCDE; la pobreza, tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados, ha crecido alarmantemente y, de acuerdo con la OIT, el desempleo mundial afecta a más de 800 millones de personas. En otros términos, la acumulación de la riqueza financiera propicia la pobreza, el desempleo y la baja constante de los salarios y, en el mundo del capital, se ha observado una clara tendencia al estancamiento de la economía y la caída del producto interno bruto incluso en la veintena de países más ricos del planeta (de 3.1 por ciento anual en los 80 a 1.7 por ciento anual en los 90), para no hablar del ``crecimiento'' negativo de la economía de los países del tercer mundo.

La primera lección del desplome de los índices bursátiles en el sureste asiático, cuyos efectos mundiales han sido detenidos por ahora en Wall Street, es que en minutos los especuladores financieros venden y compran acciones, enriqueciéndose, mientras las economías nacionales sufren sus consecuencias obligando a los gobiernos a hacer equilibrios sin poder controlar eficiente y duraderamente la situación. Una segunda lección del reciente lunes negro es que la llamada globalización de la economía sólo existe en el mundo de la especulación financiera y que ésta no tiene freno en el ámbito de la política: las economías nacionales y los Estados-nación han demostrado impotencia para gobernar el mundo financiero y especulativo, tanto legal como ilegal.

De estas dos lecciones se desprende una tercera, que a mi juicio es la fundamental: los simples mortales, es decir la casi totalidad de la población mundial, no tenemos vela en el entierro. Estamos en calidad de víctimas impotentes, como si fuéramos espectadores de una película de terror, con la salvedad de que no vivimos una película sino el mundo real, sin gobiernos que nos defiendan por la sencilla razón de que no nos representan.