En el Congreso Nacional sobre el Sida, inaugurado ayer en esta capital y que reúne a representantes de entidades oficiales, nacionales e internacionales, así como a organizaciones no gubernamentales, diversas voces enfatizaron las dimensiones de este grave problema de salud pública, así como los enormes obstáculos que será necesario vencer para atenderlo adecuadamente.
Luiz Loures, de Onusida, dijo en el encuentro que dentro de tres años 90 por ciento de los infectados requerirá hospitalización; por su parte, la coordinadora del Conasida, Patricia Uribe, informó que se conoce de 32 mil personas contagiadas de VIH en el país y que la mitad carece de atención médica; las organizaciones civiles dedicadas a la prevención del padecimiento y a la atención a los enfermos han reportado, a su vez, la persistencia de prácticas discriminatorias contra los seropositivos y han señalado el abandono, la marginación y la falta de atención que éstos padecen, especialmente fuera de la capital del país. Esta falta de solidaridad es profundamente lesiva para la sociedad y contraria a principios éticos y humanitarios elementales.
Ante este panorama es inevitable reconocer que ni la sociedad ni las autoridades nacionales están preparadas para enfrentar y controlar la epidemia. A la falta de infraestructura y recursos médicos se agrega la carencia, en importantes y acaso mayoritarios sectores de la población, de una cultura de salud sexual y reproductiva. Esta impreparación no sólo se traduce en falta de atención y actitudes fóbicas hacia los seropositivos, sino que propicia que el número de éstos aumente en el futuro.
Sin afán de menoscabar los grandes esfuerzos que las organizaciones no gubernamentales realizan desde hace más de una década, y sin menospreciar el empeño de instituciones oficiales como el propio Conasida, ha de constatarse que estas acciones son todavía, y por mucho, insuficientes, tanto en lo que se refiere a la expansión y fortalecimiento de los servicios médicos como en lo que concierne a los terrenos cultural y educativo.
En estos últimos no sólo han de remontarse el atraso, las inercias y los prejuicios de una buena parte de la población, sino que debe revertirse el grave daño causado por grupos de presión y de poder como Provida y el oscurantista sector hegemónico del clero católico, los cuales, de manera por demás beligerante y virulenta, han atacado las campañas oficiales y sociales de prevención del sida.
En estas circunstancias, en las que están en juego la salud y la vida de muchos mexicanos, no puede haber lugar para actitudes pasivas, negligentes o condescendientes hacia quienes, con el pretexto de defender una moral prerrenacentista, actúan como aliados y promotores de la epidemia. Asimismo, es humana y éticamente inaceptable que persistan entre nosotros actitudes de discriminación, marginación o desatención a los seropositivos, porque por esa vía se llega, inexorablemente, a la idea monstruosa y aberrante de que un enfermo es merecedor de castigo y de repudio.
Finalmente, y teniendo en cuenta que los jóvenes y adolescentes constituyen el grupo de edad más amenazado por el avance de la enfermedad, es claro que las campañas de prevención del sida que desarrolla el sector salud deben --además de intensificarse, profundizarse y extenderse por todo el territorio nacional-- estar vinculadas con los programas de educación pública, a fin de que la enseñanza oficial contribuya a la formación de una cultura sólida y clara en materia de salud reproductiva y sexual entre las mexicanas y los mexicanos del mañana.