Rodolfo F. Peña
Martes de gloria
Los sucesos bursátiles y cambiarios del pasado lunes negro no fueron nunca tan graves como para socavar el espíritu: hubo un simple reajuste porque la bolsa estaba inflada y el peso sobrevaluado. Así lo entendieron las autoridades hacendarias, que en plena turbulencia advirtieron que no habría impactos sobre el comportamiento de la economía en lo que resta del año o en el año entrante.
Para las autoridades hacendarias y para algunos de sus interesados repetidores, era muy claro que no estábamos en l995 y que los factores fundamentales de la economía, o bien las variables macroeconómicas, mostraban una gran solidez. Por lo demás, el nerviosismo financiero no nos alteró el ánimo, ni hubo compra especulativa de dólares ni expatriación de dinero. Una vez que se tocó fondo, cosa que había sucedido ya casi seguramente el martes (aunque sin poder todavía cantar victoria), se admitió que habría estragos, mismos que serían siempre de escasa entidad: mayor índice inflacionario, problemas adicionales para quienes tienen grandes deudas en dólares, más restricciones en el otorgamiento de créditos... En fin, nada serio. Los sustos por los sismos financieros son parte de la vida en una economía globalizada, pero no se comparan con las ventajas de figurar en los clubes de los ricos, como lo hemos comprobado año tras año durante los útimos tres lustros.
Esa peculiar visión de lo que ha ocurrido, sigue ocurriendo y ocurrirá en lo sucesivo quién sabe cuántas veces, sirve sólo para confirmar lo acertado e ineluctable de la política económica. Pero es una visión falsa, autocomplaciente e irresponsable. No fue la fortaleza de nuestras estructuras económicas ni el sereno comportamiento de los actores internos vinculados al dominio financiero lo que detuvo la caída y produjo una recuperación razonable, sino el repunte de la bolsa de Nueva York, mejor equipada defensivamente desde otro lunes negro, el del 19 de octubre de l987, cuando en una sola jornada el índice Dow Jones perdió 500 puntos (22 por ciento).
De modo que el dragón nos embistió rudamente, pero el ángel de Wall Street nos salvó la vida. Así, el embate tenía un origen externo, y externo fue también el salvamento: miseria y grandeza de los circuitos globales. Pero los zarpazos que nos tocaron, tanto más peligrosos cuanto más vulnerables son nuestra economía y nuestro proyecto de nación independiente, son entrañablemente nuestros, y el secretario de Hacienda está listo para incorporarlos al presupuesto de l998.
Listos deberían estar también los diputados opositores muy pronto, precisamente a la hora de discutir el presupuesto y tratar de atajar una escalada inflacionaria y de reorientar la economía con los criterios políticos y sociales a los que debe subordinarse, como es de razón y de necesidad. No se trata de volver mecánicamente al pasado y de ignorar la interacción económica mundial de nuestros días. Ciertamente, en la economía global es mucho más difícil mantener la casa en orden, como dice el jefe del Banco Mundial. Pero en la esfera social y política debe manifestarse y materializarse indubitablemente al menos la intención y la voluntad de dotarse de instrumentos que nos permitan crecer y mejorar el empleo y la distribución del ingreso, para impedir que la casa se nos venga abajo al primer soplido del dragón.