La Jornada viernes 31 de octubre de 1997

ASTILLERO Ť Julio Hernández López Las concertacesiones salinistas han sido, a la distancia, generadoras de castigo electoral y político contra los participantes en esas maniobras cupulares con las que se pretendió dar salida pragmática a conflictos comiciales entrampados.

Cuando el polvo del tropel se asiente y permita analizar con claridad los resultados del 6 de julio recién pasado, tal vez aparezcan los motivos ciertos por los cuales la oposición (PAN y PRD) se abstuvo de apoyar de verdad los movimientos contra triunfos priístas altamente sospechosos en gubernaturas como las de Campeche y Colima, o de plano entregó la plaza casi sin luchar poselectoralmente, como en San Luis Potosí y Sonora.

Una versión difundida con insistencia en los corrillos del poder habla de una concertacesión tripartidista (PRI, PRD y PAN) sustentada en el compromiso de respetar a cualquier costo los resultados netos de las elecciones, es decir, el reconocimiento -sin objeciones sustanciales posteriores- a la victoria de quien obtuviera el mayor número de votos.

Según esa especie -cierta o falsa, pero coincidente con lo que en realidad ha sucedido- el PRI (es decir, el gobierno) evitaría al máximo posible la alquimia electoral directa (el mapachismo tradicional: carruseles, ratones locos y demás tecnología clásica) y la inyección de dinero público a las finanzas priístas (de ahí la aprobación de un altísimo financiamiento oficial a los partidos, sobre todo al PRI por su elevado porcentaje de votación anterior), a cambio de que le fueran reconocidos los triunfos en los lugares donde voto por voto (sin tomar en cuenta cómo habían llegado a la urna) ganase, y con el ofrecimiento recíproco de, a su vez, aceptar sin pelea las derrotas que le correspondiesen.

En ese supuesto, la concertacesión tripartita habría mostrado sus buenos oficios con el pleno reconocimiento priísta de sus derrotas en la elección de diputados federales y en las gubernaturas de Distrito Federal, Nuevo León y Querétaro. Dos gubernaturas para el PAN, una de ellas en la tierra de Diego Fernández de Cevallos y otra en un estado donde los lazos familiares borran las fronteras partidistas, y la muy importante del DF para el PRD.

A cambio, respeto a los triunfos priístas documentados: Sonora, San Luis Potosí, Campeche y Colima. En el primer estado se dio una lucha inicial aparatosa pero medida, y en el segundo el panismo se allanó después de una tibia recurrencia a las instituciones jurídicas de inconformación.

En Campeche, el PRD -como se dijo aquí cuando iniciaba la resistencia civil laydista- buscaba llevar el movimiento a una cuneta de salida como se hace con los vehículos sin frenos en las carreteras en declive. Se acompañó al movimiento de Layda Sansores, pero nunca se le apoyó de verdad. Se le mantuvo la presencia institucional partidista, pero nunca hubo declaración nacional perredista de guerra por la trampeada imposición de José Antonio González Curi ni por el continuismo -garante de impunidad- de Salomón Azar.

En Colima los zurcidos del traje quedaron más a la vista. Zona de interés familiar presidencial, quedaría arreglada a pesar de que el candidato triunfante a gobernador era evidente garantía de conflicto e inconformidad. Todo está arreglado, no va a pasar nada, comentó con suavidad a esta columna un alto personaje oficial cuando comenzaron las manifestaciones poselectorales de protesta. Y agregó que no se le podía negar al eje del poder el privilegio de una satisfacción personal a cambio de la histórica e innegable apertura que se había dado en otros estados. Hay otras entidades donde podemos discutir y negociar, pero en Colima no, y así lo entendemos todos, añadió.

Mientras tanto, el candidato panista a gobernador de Colima, que había sido derrotado con malas artes, encabezaba marchas y protestas, y el PRD se mantenía también al frente de las movilizaciones. Un grupo civil, con una importante presencia de panistas que participaban a título individual, constituyó organizaciones como Las Madres de la Libertad y los Jóvenes por la Democracia, e instaló un plantón frente a Palacio de Gobierno con el compromiso de impedir el acceso de Fernando Moreno Peña a ese recinto simbólico.

Pero en el camino, como lo predijeron las voces del poder, PAN y PRD fueron encontrando motivos para desvanecer los enconos originales, hasta llegar al momento de la instalación de la cámara local de diputados, en la que se les entregó a estos partidos una serie de acuerdos restrictivos del poder priísta, y favorecedores de una mayor fuerza y control de los dos partidos opositores, a cambio de no participar más en impugnaciones poselectorales contra Moreno Peña.

Y así se fue desactivando lo que mañana sábado quedará sólo como una protesta ciudadana -si no es que cuando usted lea estas líneas ya una comisión tripartidista hubiese convencido a los inconformes de que depongan su actitud- de la que los partidos inicialmente opositores, es decir, sus dirigentes y candidatos, se fueron apartando de manera vergonzosa (y hay suficiente material para apuntalar el uso preciso que se hace de este adjetivo).

No hay razones para abstenerse de la protesta en Colima, pues los antecedentes del ex rector, hoy convertido en gobernador, muestran con claridad un estilo pernicioso, y tales datos previos fueron plenamente confirmados en una campaña ostentosa, mediatizadora de la prensa y practicante de tretas parecidas a las de Ro-

berto Madrazo en Tabasco. Pero los partidos dialogaron, negociaron y se arreglaron, dejando abandonados a los ciudadanos que se comprometieron en la defensa de las propuestas y candidaturas partidistas avasalladas por el Grupo Universidad.

Mañana, frente al poder que se instalará a partir de una práctica política siempre mencionada como mafiosa, sólo estarán para oponerse -de manera pacífica, con riesgo de su seguridad personal y con una vengativa persecución sexenal como futuro- ciudadanos comunes y corrientes que creyeron en las arengas originales, sin darse cuenta del momento en el que esos partidos de oposición, por cuya causa se pelea, se retiraban silenciosamente a contar en la oscuridad sus ganancias concertadas.

Astillas: En el PRD de Michoacán había dos adversarios centrales, Roberto Robles Garnica, en nombre del cardenismo, y Cristóbal Arias, siempre dado a las visitas gubernamentales de cortesía. Robles Garnica, que llegó a ser senador y presidente nacional del PRD, un buen día se pasó tranquilamente a trabajar al gobierno priísta michoacano, así es que nadie debe extrañarse si otro buen día Arias continúa la contienda pasándose ya al plano oficialista, aunque no sea necesariamente en Michoacán... ¿Qué quiere decir políticamente el hecho de encontrar mariguana en un vehículo policiaco acreditado como propiedad del gobierno de Guerrero? Acompañante obligado durante las visitas presidenciales a la devastada entidad, se dice que Angel Aguirre Rivero no cuenta con la simpatía de más arriba, a causa de su torpeza para enfrentar el desastre. Lo mismo sucede con el presidente municipal de Acapulco, Juan Salgado, a quien se acusa de no haberse enterado oportunamente de la desgracia de su pueblo por andar en las brumas del beber. Además, todavía no se quitaba los gorritos de fiesta de Anaheim, ciudad conurbada a Los Angeles, donde había ido con la familia a conocer el reino de Walt Disney, aprovechando la oportunidad de un viaje oficial a Estados Unidos de cuya ruta original se desvió unos días para saludar a Mickey Mouse en persona...

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