La Jornada 31 de octubre de 1997

PABLO MILANES, EL REENCUENTRO

Pablo Espinosa Ť Algo más, mucho más, más allá que la educación sentimental: las certezas y las convicciones, la vida misma, en un puñado de canciones.

El recital de Pablo Milanés la noche del miércoles en el teatro Metropólitan fue un acontecimiento por motivos varios: primero, significó el reencuentro con su público, luego de aquella noche de hace un año, en que su salud quebrantada lo obligó a suspender --lluvia y frío mediantes-- su concierto en la Plaza de Toros México, 40 minutos apenas de iniciado. Un concierto, aquel, por cierto, bello y emotivo como todos los de Pablo.

El de antenoche fue inolvidable porque durante más de hora y media se concentraron --las localidades agotadas-- los mejores sentimientos, las razones elevadas, la inspiración bajo luz tenue en una sucesión de repertorio de fluidez envidiable para muchos divos. Artista de la sencillez en cambio, Pablo logró lo que pocos: iniciar con un largo bloque de canciones nuevas, sin que el griterío --característico en otros conciertos-- lo interrumpiera con las peticiones para las complacencias.

Alquimista de almas

Sonaron entonces, desde el inicio, las convicciones y certezas. Pablo sigue siendo un jefe de la música contemporánea. Un hacedor de canciones que mantiene al género en su más alta dignidad. Cualquier güei, dirían los clásicos, se cree capaz de hacer canciones. Milanés, como el camaradísima Silvio (gran jefe) derriban ese mito: no cualquiera puede hacer canciones. Se necesita ser jefe, como Pablo Milanés. Oficio de alquimista de las almas.

Porque las piezas que escribe Milanés, se elevan al rango de piezas clásicas, imperturbables. Fue creciendo su recital del miércoles en intensidad e intimidad tales que nadie parecía advertir el prodigio: el viaje en el tiempo nos llevó hacia las piezas más antiguas. Estábamos todos tan felices que hubo un momento, cuando ya había terminado el programa, que Pablo y sus excelentes músicos retornaron y el moreno de los lentes de armadura gruesa, cabellera de pasitas, regresó y dijo: ``vamo a seguí cantando juntos, ¿cuál quieren?

Sí, la sensación de presenciar por vez enésima el mismo recital era otra de las varias ratificaciones: Milanés es un clásico, y su calidad irrebatible hace que él y ningún otro intérprete, cuestión de feelin, diga, haga, ejecute, haga esplender las canciones de todos conocidas de una manera tal que son ya entonces canciones de piel chinita. Sí, por supuesto que cantó Yolanda, pero de manera tal, en su proverbial medio recitativo, que corroboró que es una pieza clásica y como tal a prueba incluso de la mermelada de Pineda y otros varios que la han tomado por asalto. Sí, por supuesto que entonó versos como: Creo en ti/ porque nada hay más humano/ que prenderse de tu mano/ y caminar creyendo en ti.

Los músicos fueron: el violinista Dagoberto González, haciendo girar en torno de ese violín blanco gran parte de la noche; el director musical Miguel Núñez, con su sabiduría de toque preciso y atmosférico, otorgando tono y forma a todos los ámbitos sonoros que esa noche visitamos; Luis Angel Sánchez en el bajo, en la mejor tradición de la música contemporánea de La Habana (remember Irakere); Omari Sánchez en la batería; Eugenio Arango en percusión cubana; y Germán Velazco en flauta y saxofones.

Sonaron, encendidos, virtuosos, entrañables, los pedazos de vida arrejuntados en canciones, desde las nuevas, del disco Despertar hasta las más clásicas, desde las amaridadas con el son cubano hasta las más llegadoras, de piel chinita. Esa noche, caramba, fue una fiesta. El querido Pablo sigue siendo jefe.