Juan Domingo Perón, caudillo típico a la antigua, era moderno también porque hacía equilibrio entre las clases y en escala internacional para desarrollar el mercado interno y el país y afirmar o construir, con el apoyo y la subvención del Estado, una informe burguesía industrial nacional.
Para lograr un doble desplazamiento de ingresos --de los terratenientes y exportadores agrícola-ganaderos a los industriales, y del capital hacia los ingresos de los trabajadores--, se apoyó en las movilizaciones de éstos, que canalizó hacia el Estado, corporativizando los sindicatos, instrumentos principales de su triunfo y, hasta su primer gobierno, independientes del poder estatal. Su populismo consistió en ceder lo que previamente las movilizaciones le habían arrancado, pero simulando hacerlo por propia voluntad; en aumentar los salarios reales directos e indirectos, mientras decía que hacía esto en nombre de los trabajadores pero trabajaba para los capitalistas nacionales y no tocaba la renta agrícola ni la tenencia de la tierra, base del poder de la oligarquía, su enemiga.
Para combatir contra ésta (y contra los aliados de la misma en el Ejército y en la Iglesia, las policías sociales tradicionales) se apoyaba en los sindicatos corporativizados y estatizados, y para frenar a éstos los amenazaba con el peligro de las fuerzas armadas. En escala internacional, Perón tenía el sueño de la ``Argentina potencia'' y, para enfrentar a Estados Unidos, se apoyaba en los trabajadores latinoamericanos, en los gobiernos nacionalistas (Getulio Vargas en Brasil, Jacobo Arbenz en Guatemala, Ibáñez del Campo en Chile, país con el cual la Argentina se fusionó en el papel y fugazmente, etcétera). Además, aunque era anticomunista contrabalanceaba la presión estadunidense apoyándose en la URSS. En su primera y en parte de su segunda presidencia, hasta que fue derribado en 1955, hubo en la Argentina un comienzo de democracia social, pero nunca democracia política y el Estado, autoritario, no sólo era duro sino también fuerte porque contaba con un enorme consenso y los trabajadores, efectivamente, estaban dispuestos a dar ``la vida por Perón'' y veían la contradicción en términos de ``Braden o Perón'' (Estados Unidos o Argentina), y a Perón mismo como quien ``combatía al Capital''. El mismo Che Guevara le copió a Perón, para aplicarla a Cuba, la frase, que el pueblo argentino tomaba en serio, de que en el país ``los únicos privilegiados son los niños''.
Entre Perón y Menem, el rey Midas al revés, no hay, por lo tanto, ningún punto en común. Sí lo hay, en cambio, entre alguno de los sucesivos Perones y la mayoría de la oposición triunfante en las últimas elecciones argentinas. En efecto, la Unión Cívica Radical, a principios de siglo plebeya, liberal-social, nacionalista-estatizadora, antimperialista con Hipólito Irigoyen, después conservadora, pro terrateniente, pro imperialista, desde los años 30 hasta comienzos de los años 60, ha ido reforzando sus características clasemedieras, liberales, democráticas, desde Arturo Frondizi y Raúl Alfonsín, y se ha abierto a la comprensión del país, al que ve ya situado en América Latina y no como apéndice nostálgico de Europa, y de la contradicción entre el conservadurismo de la dirección peronista y el profundo anhelo de justicia social de los trabajadores peronistas.
Por su parte, el FREPASO tiene su base en la disidencia peronista y jamás habría podido ganar sin el apoyo de la disidencia sindical peronista (las 62 Organizaciones) y de su líder el charro metalúrgico Lorenzo Miguel. Es decir, sin la ruptura con el gobierno de todos los que, por una u otra razón, quieren mantener un Estado asistencial y la independencia del país acabando con las ``carnalísimas'' relaciones prostibulares. En una palabra, en la oposición coexisten un liberalismo político, que acepta el liberalismo económico aunque con una serie de frenos estatalistas, y un estatalismo ``populista'', que se apoya en el movimiento de masas, lo teme y trata de controlarlo.
Es evidente, por lo tanto, que mientras el menemismo seguirá disgregándose, comienza en los millones que votaron en parte por el pasado y en mucha mayor parte por el cambio, y en el país mismo, la discusión de cuál alternativa se puede ofrecer al menenismo, la cual no puede ser la reedición anacrónica del peronismo. O sea, se entra en la fase de la discusión teórica y plural, de la formulación de programas, del reestudio de la Historia y, si tenemos suerte, de la adultez política de los argentinos y de su ingreso, por primera vez, en la democracia.