¿Qué le importa a usted lo que pasa en las Bolsas de Valores? La turbulencia financiera --así le dicen, como si fuera cosa del clima, como si la determinación de los precios en los mercados tuviera algo que ver con los disturbios meteorológicos--, que se inició en Hong Kong y se transmitió rápidamente por todos lados, va a cambiar las condiciones en que usted funciona económicamente, y más vale que ajuste sus expectativas y sus decisiones.
Los procesos, y me refiero aquí a los de naturaleza económica, nunca pueden revertirse de modo tal de volver a las condiciones prevalecientes antes de provocarse los disturbios. Hoy la economía mexicana está operando en un escalón más alto de precios, modificándose con ello las tendencias observables hace apenas diez días. Esto se aplica de manera inmediata a dos precios clave. El dólar vale hoy 8 por ciento más que entonces y el costo del dinero, es decir, las tasas de interés se incrementaron casi cuatro puntos porcentuales, lo que equivale a un aumento de más de 20 por ciento. Si el tipo de cambio estaba sobrevaluado, lo que quiere decir que el dólar era una mercancía barata, tuvo un ajuste súbito y que se da conforme a las reglas con la que opera el sistema de paridad flexible que aplica el banco central. Que el costo fue menor en términos de la pérdida de las reservas internacionales que si hubiese habido un tipo de cambio fijo es cierto, pero también es cierto que la capacidad de mantener un precio del dólar consistente con los tan anhelados equilibrios macroeconómicos acarreó costos súbitos que representan un ajuste más fuerte, y dadas las características de esta sociedad, su impacto es muy desigual. Aquí se expresan las opciones de la política económica y que, para decirlo claramente, tienen una manifestación agregada muy distinta de su repercusión para las mayorías de las empresas y de las familias.
La devaluación del peso frente al dólar no es un asunto cuyas consecuencias se puedan mantener aisladas, sino que repercuten en toda la estructura de precios de la economía. Lo que esto significa es que habrá un efecto sobre la inflación que empezará a verse a partir de noviembre. Hoy cuesta más importar los bienes de consumo, y que han aumentado rápidamente durante el curso de este año; también cuesta más importar las materias primas y las maquinarias y repuestos para producir y para exportar. Pero cuesta menos en el intercambio externo, el trabajo de los obreros y empleados mexicanos, y también cuesta internamente pues será mayor el rezago frente a los precios. Ante la devaluación sólo queda aceptar la nueva estructura de precios, pues de lo contrario significaría dejar de traer al país las mercancías y los servicios necesarios para mantener la expansión del producto. En el caso de los intereses, hoy cuesta más pedir un préstamo para invertir o para consumir, cuesta más pagar las deudas vigentes y tenderá a crecer la cartera vencida de los bancos. Las nuevas condiciones tienen, así, un efecto adverso sobre la capacidad de recuperación de las actividades vinculadas con el mercado interno y que han estado contenidas durante todo el tiempo que ha durado el ajuste provocado por la crisis de fines de 1994, es decir ya casi tres años.
No todo lo que ocurre en la economía y que ahora se asocia con las condiciones de la globalización debe caer como una fuerza incontrolable. Es cierto que las corrientes internacionales de los capitales generan fuerzas desestabilizadoras, y que la especulación agrava la fragilidad de las estructuras financieras. Pero ello no elimina la necesidad de fortalecer a la economía agrandando la capacidad de producción interna y la satisfacción de las necesidades de la población. Es ahí donde la política económica está trunca y, por ello, es recurrentemente vulnerable ante lo que pasa en el exterior y ante su propia estructura productiva y comercial. Este es un aspecto que debe tomar en cuenta la formulación del presupuesto federal para 1998. La sola reordenación de los equilibrios agregados, inestable que es, no garantiza la recomposición de las condiciones para crecer sostenidamente y, sobre todo, para distribuir mejor ese crecimiento. Lo que ocurrió, ahora en Hong Kong, después tal vez en Brasil, es sólo otro anuncio de la debilidad de la economía.