El fin de semana pasado, uno de los espacios de Ex-Teresa (catedral del performance y similares) sirvió de escenario para la exitosa presentación de un grupo vocal finlandés de primera: el Coro de Cámara de Tuira. A pesar de las demagógicas y redundantes alocuciones de uno de nuestros directores corales más añejos sobre la hospitalidad mexicana y otros mitos, la incompetencia, desorganización y descortesía de las autoridades del INBA encargadas del concierto estuvieron a punto de ocasionar su cancelación. Finalmente, cuando los cantantes finlandeses llegaron por sus propios medios al Ex-Teresa (¿y dónde quedó el autobús?), dio inicio un recital coral de muy alta calidad. Como era de esperarse, el Coro de Cámara de Tuira incluyó en su programa una buena dotación de música finlandesa del siglo XX, que resultó lo más atractivo del concierto.
En sus cuatro piezas de corte sacro, Urmas Sisask se muestra como conocedor y transformador de la polifonía tradicional, aplicada a un discurso vocal levemente melismático, muy atractivo. De especial interés: un Aleluya contemplativo y devocional que contrasta con las eufóricas piezas usuales de este género. También, un Sanctus de estupenda factura, cimentado sobre esquemas rítmicos y armónicos neoclásicos. De Pekka Mntymaa el coro finlandés cantó el ciclo Guirnalda de vida, caracterizado por texturas transparentes, una claridad prosódica notable y un aliento neorromántico de singular profundidad. Leevi Madetoja estuvo representado por un solemne De profundis, lleno de puntos de tensión armónica creados como parte integral de un discurso pleno de dramatismo.
En esta pieza, Madetoja incluyó un episodio fugado, muy bien resuelto desde el punto de vista de la continuidad polifónica. Einar Englund contribuyó con la pieza Quédate despierta, construida con base en una serie de disonancias que, más que incidentales, son fundamentales en la estructura armónica de la obra. Frente a la disonancia, Englund propone instantes de equilibrio que funcionan muy bien como signos musicales de puntuación. Toda esta música resultó ser de muy buen nivel, tanto en lo técnico como en lo expresivo. El Coro de Cámara de Tuira, dirigido alternativamente por Leena HØvonen y Risto Laitinen, transitó con gran credibilidad por este repertorio, mostrándose como un coro de afinación impecable, mezcla tímbrica muy pulcra, gran sensibilidad en el balance y férrea disciplina en cuestiones de ritmo y fraseo.
En el resto del repertorio bellamente interpretado destacaron algunos momentos particularmente bien logrados, a saber:
1. El emotivo manejo de la noble y profunda polifonía de Anton Bruckner, así como la cabal comprensión de las propuestas armónicas avanzadas del compositor de Ansfelden. Especialmente rica la versión al motete Locus iste, una de las mejores piezas sacras del catálogo de Bruckner. Muy satisfactoria también la interpretación del luminoso Ave María a siete voces, con un manejo muy sutil de sus contrastes dinámicos.
2. El refinadísimo control en el etéreo final del Totus tuus, del polaco Henryk Górecki. Obra rica en armonía y menos oscura que su famosa Sinfonía No. 3, la pieza presenta retos complicados por sus episodios de cromatismo extremo; los cantantes resolvieron impecablemente tales problemas, dando además una lección de precisión rítmica en las secciones en que el compositor aplica ciertos procedimientos de repetición.
Para redondear su programa, el coro interpretó en forma excelente sendas piezas de Schütz, Pitoni y Scarlatti.
La calidad de este grupo vocal confirma un hecho que conocí durante un viaje a Finlandia en 1996: el alto nivel (en calidad y cantidad) de la actividad coral en la tierra de Jean Sibelius. Los coros Laulun Ystvt, Candomino, Jubilate y el de la Universidad de Helsinki son sólo algunos de los más notables de Finlandia. Y entre todos ellos, menciono a uno que ocupa un lugar especial: el Tapiola, coro infantil que no le pide nada a los Niños Cantores de Viena, y que tiene un repertorio más interesante y variado.
Esa misma tarde, para redondear un inesperado día cultural finlandés en la ciudad de México, el Teatro de la Danza recibió a tres bailarines fineses que ofrecieron un programa formado por dos solos y un trío. En el solo de Petrushka, bailado por Jyrki Karttunen, destacó la cabal realización (en composición e interpretación) del elemento siniestro y grotesco de esta diabólica marioneta rusa. En Izukoe, un solo coreografiado por Anzu Furukawa y bailado con rara intensidad por Ari Tenhula, se hizo patente la singular fusión del buhto japonés con la coreografía occidental, expresada mediante un paroxismo expresivo interiorizado al que la delirante música de Alfred Schnittke le va muy bien. Para finalizar, un trío con coreografía de Tenhula, bailado por Karttunen, el propio Tenhula y Alpo Aaltokoski. Buen diseño dinámico, buena ejecución y buena técnica, pero menos entrañas y más cerebro que en las dos primeras obras.