La tormenta bursátil y monetaria que azotó en días pasados a las economías de los llamados países emergentes de Asia y de América Latina --y, en menor medida, también al resto del mundo-- no se ha alejado y no es sólo coyuntural. Las condiciones económicas de esas naciones, entre las que se incluye México, por el contrario, permiten suponer que estas crisis reaparecerán en el futuro, con igual o quizás mayor fuerza, porque los elementos que las originaron --contrariamente a lo que hoy señala el financiero George Soros-- aún subsisten. Cabe esperar que, mientras perduren los problemas estructurales de las economías emergentes, persistirán fenómenos como el efecto dragón, con sus graves consecuencias económicas, sociales y políticas y su saga de pérdidas bruscas de reservas monetarias, de capitales y de riqueza.
Para dimensionar estas consideraciones basta pensar que el leve superávit que alcanzará en 1997 la balanza comercial mexicana se equipara, en cifras aproximadas, al monto en dólares de las reservas ``quemadas'' por las autoridades para sostener nuestra moneda en estos últimos días.
Reconocer que la onda depresiva no ha terminado a escala mundial, que el entorno económico es desfavorable con la mundialización y que el flujo descontrolado de exorbitantes sumas de capitales en busca de condiciones propicias para la inversión puede causar el súbito derrumbe de muchas economías, obliga a buscar remedios urgentes contra la volatilidad y el alto nivel migratorio del capital especulativo. Diversas voces en el mundo han planteado la necesidad de imponer reglas a la especulación financiera que, sin quebrantar el libre mercado, permitan contar con instrumentos de control y compensación del flujo de capitales. El mismo Soros propuso ayer la creación de una autoridad en ese campo.
Pero ahí comienza el problema: ¿quién debe o puede regular? ¿Los mismos que presentaron como modelos a países que luego sufrieron brutales crisis económicas? ¿Cómo establecer una instancia con las atribuciones suficientes para cumplir con una labor de tal envergadura sin vulnerar las soberanías nacionales y sin convertirse en un nuevo instrumento de dominación a nivel mundial? ¿Se trataría de una comisión internacional, formada por expertos y representantes de las naciones? ¿Tendría poderes resolutivos o sólo podría emitir recomendaciones? ¿O deben ser los estados mismos quienes regulen sus propios mercados financieros, imponiendo controles y gravámenes a los capitales especulativos que no van a la producción directa?
Un premio Nobel de Economía y destacado estadista, el canadiense James Tobin, sugiere, por ejemplo, un impuesto general a los movimientos del capital especulativo, propuesta que han hecho suya miles de ONG en todo el mundo y parte de la izquierda europea. Otros, como el gobierno democristiano y moderado de Chile, gravan ya ese tipo de capital y las mayorías parlamentarias italiana y francesa discuten medidas similares.
Es evidente, a la luz de estas consideraciones, la necesidad de un diagnóstico urgente y preciso sobre la extensión y duración de la crisis, labor que corresponde no sólo a los gobiernos y a las instituciones financieras internacionales sino también, y sobre todo, a los economistas y a la llamada sociedad civil de todo el mundo. Igualmente, es indispensable sopesar cuidadosamente los posibles efectos que tendrían las medidas para reducir, al menos, las consecuencias de la irracionalidad del capital, pues éste se guía por el deseo de ganancia y no por preocupaciones sociales o políticas nacionales o globales. Una medida mal calculada, en vez de contener su volatilidad, podría desencadenar una salida todavía más violenta de los recursos invertidos en muchos países del mundo, sobre todo en las economías emergentes.
Hay que romper el estupor o la resignación ante esta característica de la economía contemporánea y no limitarse a lamentar solamente los daños que causa. Por ello, es necesario y recomendable extraer enseñanzas de las continuas crisis que se han sucedido en el mundo y tomar medidas adecuadas para evitarlas o, al menos, contenerlas.